Sábado 6 de noviembre. Escribo desde el hotel Jaizkibel, en Hondarribia. Han sido cuatro horas y media de carretera desde Madrid, con parada en Casa Julián. En el centro de Tolosa. Donde Xabi Gorrotxategi -el menor de esta saga de grandes asadores- me ha dado de comer de cine. La compañía se la debo a Frank Sinatra gracias a un cedé con sus canciones de éxito que me ha prestado mi querida amiga Maria Josep Serra. En ningún momento del viaje he dejado de recordar una interesante conversación que tuve el martes con Alfredo Relaño. Maestro del periodismo deportivo. Y con quien me gusta intercambiar de vez en cuando sabidurías de la vida. Respondiendo a una pregunta mía sobre el origen del Real Madrid me dijo que España estaba tejida por un hilo invisible. Y es que quienes fundaron este exitoso club en 1902 fueron dos hermanos catalanes. Joan y Carles Padrós Rubió. Originarios de Sarriá, pero residentes en la capital. Yo le comenté que la Feria de Sevilla la crearon en 1846 un vasco y un catalán. José María de Ybarra Gutiérrez de Caviedes y Narciso Bonaplata Curiol. Regentes del Ayuntamiento. Pero también industriales establecidos en esa ciudad andaluza. Ybarra -bilbaíno de nacimiento- era naviero y llegó a alcalde. Mientras que Bonaplata -perteneciente a una familia barcelonesa vinculada al textil- regentaba una fundición de nombre San Antonio. A Bonaplata no sólo se debe el origen compartido de la Feria. Que nació como certamen de ganado. Sino que en sus talleres se construyó toda la estructura de hierro del puente de Isabel II. 1845-1852. Que no es otro que el de Triana. Y cuyo diseño es una réplica del desaparecido puente Carrousel de Paris. Fue sobre esos hierros fundidos donde se conocieron paseando los padres de Antonio Machado. En tiempos en que el puente era ya uno de los iconos de Sevilla. Allá por la I República. Quedando integrado en el cancionero popular. Y elevado a tango (flamenco) por la Niña de los Peines. Que bonita está Triana/ cuando le ponen al puente/banderas republicanas. La vida depara grandes sorpresas. Frase que parece tópica, pero que refleja la pura realidad. Por eso me atrevo a decir que además de todas las Españas que conocemos hay siempre otra que es invisible. Conocí a José Bergamín en los setenta cuando frecuentaba el restaurante El Shotis. Que es donde se reencontraba con el Madrid de Arniches (su suegro, para más señas). Y desde donde se desplazaba a las plazas de toros de España buscando las esencias de la tauromaquia. Que son también esencias de España. Con un grupo de aficionados capitaneado por José Luis Barros Marval, prestigioso médico amigo también de Buñuel. Cante y canto es el toreo./ Es cante en Rafael de Paula./ Y canto en Curro Romero. Bergamín ha sido el intelectual de izquierdas que más presente ha tenido a España en su obra. Le cantó de mil maneras. Peregrina. Amortajada. Equivocada. Prisionera. Esimismada. Ni pobre ni pequeña, su medida/ enorme en el afán de su entereza/ única siempre, pero nunca unida/ de quijotesca en quijotesca empresa/ por tan entera como tan partida/ se sueña libre y se despierta presa.
Hace tiempo que no hablo con su nieta Beatrice. Excelente actriz. Y de quien recibí como regalo en 2007 La claridad desierta. Poemas del segundo exilio del poeta. Después de que yo me haya muerto/ te hablarán por mi los árboles/ para decirte que escuches/ lo que anda diciendo el aire. Sostengo que el abuelo de Beatrice murió cansado de ser español. Porque lo fue tanto que eligió irse de este mundo sin serlo. Todavía recuerdo ese desafío a la España de la transición al elegir para su muerte una tierra –Euskadi– que él suponía extranjera. Y distante. Con una ikurriña cubriendo su ataud. Y un corifeo de incoherencias acompañándole desde la casa mortuoria de San Sebastián hasta la tumba donde hoy reposa. En el cementerio de Hondarribia. La hermosa ciudad guipuzcoana que asoma a la bahía de Txingudi. En la desembocadura del Bidasoa. Y al abrigo del monte Jaizkibel. Desde aquel 28 de septiembre de 1983 pienso que Hondarribia –Fuenterrabía, hasta 1980- es más española que nunca. Como lo son Collioure y Montauban en Francia. Donde descansan respectivamente Antonio Machado y Manuel Azaña. Tuve el privilegio como periodista de conocer en México a las últimas familias del exilio español. Y de acudir con el embajador Juan Pablo de la Iglesia al entierro de la viuda de Azaña, Doña Lola (de Rivas Cherif). Porque así la conocíamos. Murió con pasaporte diplomático español. Y con el agradecimiento a perpetuidad del rey Juan Carlos por haber acudido en 1978 a la primera recepción que ofrecía a la colonia española en México. Escenificando el reencuentro de las dos España. Igual que había hecho Rafael Alberti un año antes en la embajada de Roma. Dejé por ti mis bosques, mi perdida/ arboleda, mis perros desvelados,/ mis capitales años desterrados/ hasta casi el invierno de la vida. Pero Bergamín fue diferente.
La noche anterior a este viaje me fui a El Schotis y le pedí a Pepe que me pusiera un entrecôte como los que le gustaban a don José. Allí estaba su foto, como siempre. Presidiendo la cantina del establecimiento. Mientras me fileteaba la carne, Pepe me susurró al oido: “Menudas mujeres llevaba siempre a su lado. Y qué elegante que era. Aquí mi sobrina, me decía. Ya ves, Fernando”. Esta tarde me he dado un paseo por el Jaizkibel (y alrededores) hasta alcanzar el cementerio de Hondarribia. Nunca había estado frente a la tumba de Bergamín. Por lo que ha sido un encuentro emocionado. Le he llevado unos versos de Miguel Hernández. No soy un pueblo de bueyes/ que soy un pueblo que embargan/ yacimientos de leones/ desfiladeros de aguilas/ y cordilleras de toros/ con el orgullo en el asta/Nunca medraron los bueyes/ en los páramos de España. Y me he quedado allí unos minutos reflexionando sobre el epitafio que reza en su lápida. Aquí he encontrado mi mar,/ la mar poderosa y fuerte./ Aquí encontré la muerte,/ sin tenerla que esperar. Bergamín descansa en un lugar privilegiado desde donde se divisa Francia. Frente a las aguas del Cantábrico. Mar bravo de turnos cromáticos sobre el que peregrinan los arrantxales. Que de vuelta a puerto navegan escoltados por cometas de gaviotas. La tumba es muy sencilla. E incluso difícil de localizar. Bergamín lleva enterrado allí 27 años, pero desde hace solamente dos le acompaña a su derecha Kandido Saseta Etxeberría. Un capitán de Intendencia nacido en Hondarribia (y fiel a la República) que comandó el Eusko Gudarostea. Y que al frente de una expedición de soldados vascos perdió la vida en Asturias siendo sepultado en una fosa común. Que desde entonces la memoria popular llamó el pradón de los vascos. Recuperados sus restos, Saseta Etxeberría descansa ya en su ciudad natal. Y junto a un Bergamín rebelde (y siempre republicano) que se cansó de ser español. Uno y otro forman parte de la España invisible. Como el cementerio de Hondarribia forma parte de la España de la historia. Camino del hotel Jaizkibel, un grupo de jovenes disfruta de una boda a ritmo de decibelios mientras señoras encorsetadas no paran de besar a los novios. Es cuando decido elegir mi canción de retirada. Poco antes de perder de vista el mar. Y de que la oscuridad ciegue la tarde. España camisa blanca de mi esperanza/ de fuera a adentro dulce y amarga/ de olor a incienso, de cal y caña…