He votado a primera hora en un colegio electoral del sur marítimo de España. Y después me he hecho 650 kilómetros por carretera hasta llegar a Madrid. Con la radio puesta. Y siguiendo por los boletines el desarrollo de la jornada electoral. En algún momento he preferido poner Kiss FM porque la narración periodística era clónica a la de anteriores convocatorias. Con la salvedad del fenómeno que se germina en la acampada de la Puerta del Sol. Y en otras plazas públicas del país. Que ni se ha inmutado con el deseo de la mayoría ciudadana. Permaneciendo ajeno a lo que sucedía hasta el cierre de los colegios. Y después. Nada bueno para la democracia, por cierto. Pero respetable. Tanto como la actitud pacífica que los indignados han mantenido recíprocamente frente a quienes hemos votado en estas elecciones municipales y autonómicas. En un principio tenía previsto emitir la papeleta en blanco, pero en los minutos previos a mi llegada a la mesa electoral he optado por el voto útil. Soy de una generación comprometida, pero crítica con Zapatero. El peor político de la historia reciente de España. Así que me he sentido muy libre en mi veredicto. Y si lo hace mal el receptor (o receptora) de mi voto municipal pués perderá mi confianza en la próxima contienda. Que yo lo del voto ideológico lo tengo superado. Aunque me provoque contradicciones. La jornada electoral en la radio me recordaba la retransmisión del sorteo de Navidad. Con la diferencia de que en un día de votaciones el gordo se decide después de las ocho de la tarde. Y esta vez se lo ha llevado Bildu con sus 313.231 votos y 1.138 concejales en las tres provincias vascas y Navarra. Más allá (por lo de patata caliente que conlleva) de la victoria abrumadora del PP. Y la derrota histórica de los socialistas. O de Zapatero. Que no ha querido responsabilizarse de lo sucedido. Y ha echado balones fuera culpando a la crisis de la debacle de su partido. Los cinco millones de parados me indignan. Como el flirteo que ha mantenido en lo que va de legislatura el presidente con el banquero Botín. Otra cuestión que me irrita es contemplar que sus dos predecesores –González y Aznar- sumen a su pensión vitalicia copiosos ingresos a costa de multinacionales del sector energético. Y que Alierta anuncie una criba laboral en Telefónica coincidiendo con una subida espectacular de los bonos de sus directivos. Esto es zafio. Y sería de una irresponsabilidad descomunal mantenerse pasivo a tan despiadado exceso desde el capital. Pero seguramente la televisiones que chupan de la publicidad de Telefónica nos pondrán en los próximos días a Belén Esteban, a Boris o a El Gran Wayoming para dulcificar nuestras conciencias.
En el trayecto me he detenido en un pueblo de Ciudad Real -hoy reducido a pedanía- llamado Consolación. Un enorme cartel indica su ubicación al borde de la autovía. Y cuando me esperan todavía 175 kilómetros para llegar a Madrid. Hasta ese momento no sabía nada de dicho lugar. Que a las cinco de la tarde presentaba un aspecto desolador. Como el de un pueblo fantasma. Un perro cazador sesteaba junto a la iglesia. Que destaca sobre el humilde caserío por sus dos torres de imitación herreriana. Las tres calles que conforman Consolación llevan los nombres de Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández. Lo que me hizo pensar que por allí debieron pasar las misiones pedagógicas de la II República. Pero esto forma parte de la imaginación que provoca tantas horas al volante. Porque Consolación es posterior. Pregunto por la ubicación del colegio electoral a la única persona que me encuentro en sus tres calles. Y me responde que los 150 vecinos con derecho a voto desde hace ocho años tienen que ir a depositar sus papeletas a Valdepeñas. El municipio matriz. Que dista 14 kilómetros del enclave. Entro a tomar café en el Mesón Rezuelo. Y encuentro conversación en su propietario. Un buen hombre llamado José Fuente. Que me cuenta que Consolación en la Dictadura respondía al nombre de Villanueva de Franco. Porque fue uno de los pueblos de colonos que se levantaron en los 50 en La Mancha al estilo de Los Llanos del Caudillo. Hoy ya sin esa dependencia patronímica. Fuente, su mujer y un hijo que no ha querido estudiar se ocupan del bar. Porque su primogénita reside en Ibiza. Es ingeniera de Telecomunicaciones. Y empezó a trabajar en Sony Ericsson, pero un Ere la puso en la calle. Presentó su curriculo a Nokia. Y con suerte trabaja ahora en esta compañía para las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana. José Fuente me ha alegrado la tarde con su historia familiar. Y me cuenta que es un hombre que trabaja con dedicación (y sin vacaciones ) en su negocio hostelero a pie de carretera. En la mañana escuché a un corresponsal de radio decir que la noticia de la jornada electoral consistía en que no había noticia. Una forma estúpida de decir que las elecciones se desarrollaban en normalidad. Y en cambio en Consolación sí hay noticia. La de una familia feliz. Y con trabajo. Rara excepción en esta España triste. Y mal gobernada.
Ya en Madrid me he acercado a la Puerta del Sol para observar como reaccionaban los jóvenes acampados frente a los primeros sondeos electorales de las ocho de la tarde. Dieron las campanadas. Y los allí congregados permanecían en asamblea sin inmutarse. Entre otras manifestaciones oí la necesidad de expropiar los bancos. O de repartir los pisos vacíos entre todos los que no tienen techo. Y recordé mis tiempos de Universidad. Donde hace 40 años nos reuníamos también en asamblea debatiendo las mismas utopías. Pero entre estos muchachos de la Puerta del Sol y mi generación existe una gran diferencia. Nosotros peleábamos por traer a España la democracia. Y ellos batallan ahora contra la degradación de ésta. En un país que no les ofrece oportunidades. Y maltrata las economías de sus padres con su dependencia. Sería un error que la euforia desatada anoche en las filas del Partido Popular apague la necesidad de escuchar a estos indignados. Que yo los he percibido pacíficos. Y organizados. Entre tambores africanos. Una arpista espontánea que ofrecía su concierto. Guitarras. Gaitas. Naipes. Y juegos de mesa. Con una enfermería para urgencias. Y guarderías entre cartones para niños. Que escuchaban entusiasmados los cuentos que les leían sus mayores. Esta gente le hace guiños a la policía allí acantonada. Y un agente me explicaba sorprendido que la muchedumbre acude a ellos pidiéndoles ser fotografiados. Mientras la quiosquera que está frente a la calle Preciados me pone mala cara cuando le pregunto si hoy ha vendido menos periódicos que otro domingo. Porque no he visto ninguno en las manos de los acampados. Como tampoco he visto a nadie pegado a un transistor. Tremenda reflexión para los que ejercemos el periodismo. Que hemos sido barridos por las redes sociales en la comunicación que se suministra desde la acampada. Y en la que se recibe desde fuera. Inditex (Zara) les ha ofrecido gratuitamente engancharse al fluido eléctrico de sus tiendas. Pero lo han rechazado. Hay dignidad entre los indignados. Y mucha razón en sus reclamaciones. Por eso confío (y deseo) que esta gente sea escuchada. Y entendida. Porque hasta ahora la mayoría pacífica organizada en torno al Kilómetro 0 mantiene contenida a la minoría violenta. Que sigue allí esperando su momento. Y se nota ansiosa por cubrir su rostro con pinturas de guerra. Ya en casa, la cadena pública me informa del resultado final de estas elecciones municipales y autonómicas. Caen Barreda y Revilla. E irrumpe en la primera línea una emocionada Cospedal. La gaviota del PP se ha posado en Sevilla después de hacerlo en las otras siete capitales andaluzas. Como también en gran parte del resto de España. El batacazo socialista es monumental, aunque los pactos con Izquierda Unida (y otros) le pueden salvar algunos muebles. Los populares están exultantes. Y les felicito. Pero no han ganado en la Puerta del Sol. Que de momento no reconoce más ruido que el de su propia protesta.