El 23 de febrero de 1981 era lunes. Por aquel tiempo trabajaba yo en la sección política del diario El País, pero ese día descansaba. En el momento en que los guardias de Tejero asaltaban el Congreso (18.22 horas) caminaba desde Gran Vía hacia Tirso de Molina. En busca de la calle de la Magdalena, que era donde se encontraba entonces el taller de Sastrería Cornejo. Una de las casas de alquiler de vestuarios más cotizada de Europa. Y en donde tenía que recoger un pedido. Pero nunca llegué a destino. Porque al cruzar la Puerta del Sol me enteré por un corrillo de personas pegadas a un transistor que el hemiciclo había sido ocupado por las metralletas. Corrí hacia la Carrera de San Jerónimo para comprobarlo. Y ya cerca de la plaza de Las Cortes, presencié con mis propios ojos como se estaba formando el primer cordón de seguridad que separaba a los golpistas de la calle. Busqué precipitadamente un teléfono para contactar con la redacción. Y desde el Hotel Inglés -en la vecina calle de Echegaray– hablé con Soledad Álvarez-Coto, mi jefa entonces. “Estamos preparando una edición extra”, me dijo. “Que va a incluir un editorial condenando el asalto”. Felizmente registrado para la historia con el título El País, con la Constitución. Y escrito de puño y letra por Juan Luis Cebrián en un ejercicio de firmeza en defensa de la democracia. Soledad era en esos años la única (y primera) mujer al frente de una jefatura de sección en el periódico. Entrañable amiga, combinaba su elegancia con el periodismo de raza. Y -sin alterar el tono de voz- me responsabilizó informativamente de lo que estaba sucediendo fuera de la Cámara, para lo que me hice -de entrada- con una habitación en la tercera planta del Palace. Justo de las que dan al Congreso. Y en la que habilitamos un pequeño observatorio para seguir de cerca el desarrollo de los acontecimientos. Lo que pasó aquella noche está ya más que contado. Incluso hasta novelado. Pero si existió un escenario que facilitó el final incruento de aquel patético asalto fue este hotel. Un icono de Madrid que atesora ya fecunda historia. Pese a que hasta 2012 no cumplirá sus primeros cien años.
Es martes 14 de septiembre. 20.00 horas. Estoy junto a la recepción del Palace saludando a Sheila Cremaschi, directora del Hay Festival. Que tiene la cortesía de acompañarme unos minutos en el vestíbulo a la espera de que me entreguen un libro. Mientras que un grupo de muchachas de origen arábigo allí alojadas disfrutan de la libertad desprovistas del hiyab y luciendo ajustados jeans. Este hotel me trae grandes recuerdos que van más allá del 23-F. El padre de Alfredo Relaño -excelente periodista y amigo- trabajó muchos años en la recepción. Turno de noche. Y gracias a su relación con los clientes le pudo regalar a Alfredo su primer transistor. Relaño siempre me ha contado historias fantásticas del hotel, aunque también recuerda con tristeza las campanadas de fin de año en la casa familiar con el padre ausente. Supo por una portada de la revista Times abandonada por un huesped que en Liverpool había nacido un grupo musical llamado The Beatles. Y pudo presenciar con solo trece años en el Bernabeu el gol de Marcelino a Rusia debido a las facilidades que tenían los conserjes del hotel para adquirir entradas. Recuerda el Palace como un referente de grandeza cosmopolita (e internacional) en una España en la que todo se quedaba pequeño. Fue Alfonso XIII quien impulsó este hotel al pedirle al magnate belga Georges Marquet su construcción. Habida cuenta de que Madrid -como se había puesto al descubierto en la boda real de 1906- se encontraba escaso de plazas hoteleras, pese la existencia de confortables establecimientos como el Hotel Paris, en la Puerta del Sol, y el Hotel Internacional, en la calle del Arenal. E incluso el Hotel Ritz, que fue inaugurado en 1910 también a instancias del Rey. El Palace se construyó en 18 meses y 11 días sobre un solar de 6.000 metros cuadrado que había pertenecido a la Casa de Medinaceli. Ochocientas habitaciones en un edificio de hormigón armado siguiendo el estilo de los grandes hoteles europeos diseñado por el arquitecto catalán Eduard Ferrés. Fue el primer hotel de Madrid con teléfono y baño en cada habitación. Porque si las habitaciones del Ritz tenían también teléfono, los baños en cambio eran compartidos. El hotel fue inaugurado el 12 de octubre de 1912 con todo tipo de comodidades para sus clientes. Que disponían de un plantel de 625 empleados dispuestos a ofrecerles las mejores atenciones. Y pronto se convirtió en un éxito social puesto que su jardín de invierno (o salón rotonda con luz natural) convocaba a lo más granado de la sociedad madrileña. Que acudía allí con sus mejores galas atraído por el perfume glamouroso de la época.
Canalejas fue el primer político que frecuentó el Palace. Pero un mes después de abrir sus puertas fue asesinado en la Puerta del Sol por un anarquista que había recibido información de sus costumbres a través de un pintor que trabajó en la construcción del hotel. Lorca y Dalí, entonces en la Residencia de Estudiantes, solían acudir a la Brasserie. Que era la primitiva cervecería alemana del establecimiento. Y que disponía de una espléndida sala con 55 mesas de billar. Para la posteridad ha quedado una carta con membrete del local en la que ambos recurren al escritor Claudio de la Torre para que les preste 125 pesetas que necesitaba Luis Buñuel para viajar a Zaragoza. Alfonso Doce de plata/ vuela en la moneda blanca./ De corcho y hoja de lata/ mi cuerno de la abundancia./ ¡Me gasté en el bar del Palace/ mis monedillas de agua! (1) Quién falleció en el hotel fue el periodista Julio Camba. Después de haber vivido 13 años en la habitación que el banquero Juan March le tenía asignada a su mecánico. Parece que March le debía un importante favor a Camba de cuando se fugó de la prisión de Alcalá de Henares (1933). Y éste se lo cobró pidiéndole que le dejara de por vida aquella habitación. La 383. Estos pasajes los leo por encima en un libro monográfico del hotel que acabo de adquirir en la recepción. Y en el que Arturo Pérez Reverte, Pedro Montoliú y Enrique Domínguez Uceta nos introducen en la historia de este emblemático establecimiento madrileño. Que pese a compartir propietario durante años, siempre compitió con el Ritz. Más exclusivo y aristocrático. Y tan restrictivo con el origen social de sus clientes que el actor James Stewart tuvo que recurrir a su condición de coronel de la US Air Force durante la Segunda Guerra para conseguir una habitación. Sheila Cremaschi me invita a pasear por los alrededores del hotel mientras hace tiempo para acudir a un restaurante cercano donde ha quedado citada. Ya en la calle contemplo la impresionante fachada de seis plantas coronada por torreones cilíndricos que le da prestancia al edificio. Que en noviembre de 1936 fue reconvertido en un hospital de sangre de 800 habitaciones después de haber albergado durante unos meses las oficinas de la embajada soviética. Miro hacia arriba intentado identificar aquella habitación que usamos como observatorio la noche del 23-F. Pero soy incapaz de distinguirla con exactitud. E incluso me provoca mal recuerdo porque lo ocurrido aquel día fue un gran disparate. Prefiero imaginarme a Ava Gardner bajo la marquesina de entrada esperando un taxi que la lleve a Chicote. O al portero uniformado saludando con su chistera a los Rollings a la vuelta de (Casa) Botín. Y prosigo conversando con Sheila.
(1) Federico García Lorca.