La zarina Catalina la Grande era alemana, aunque vino al mundo en Polonia porque su padre prusiano fue gobernador de Stettin. También alemana era María de Neoburgo, segunda esposa de Carlos II el Hechizado. Y a quién Madrid recibió en 1690 con una puerta labrada en piedra de Tamajón con ocasión de su entrada en la corte. Esta puerta fue incorporada a El Retiro en 1922. Y desde entonces da acceso al parterre. Que es un hermoso jardín llano, y de planta basilical, proyectado durante el reinado de Felipe V como parte integrante de un real sitio a la francesa que jamás se concluyó. Hoy he atravesado esta puerta desde El Retiro camino del Prado. Y en busca de la exposición del Hermitage. Pero antes me he detenido en la Iglesia de San Jerónimo el Real. También conocida por Los Jerónimos. Que es donde está enterrado el general Serrano, primer duque de la Torre. Y que ha sido restaurada recientemente. Incorporando a sus muros ocho óleos de pintura religiosa del Barroco español cedidos por el Museo del Prado. Del conjunto pictórico me quedo con San Jerónimo penitente de Alonso Cano. Que fue el artista más completo del Siglo de Oro. Y cuya obra maestra es el retablo del altar mayor de la Iglesia de Santa María de la Oliva de Lebrija. Hace frío en Madrid, pero luce un sol espléndido. En la escalinata de Los Jerónimos un joven lee El País, en cuya portada aparece flamante Rubalcaba apoyado por Felipe González en su carrera por hacerse con el PSOE. También escucho a dos mujeres maduras comentar el libro de Pilar Eyre, La soledad de la Reina. En el que se revelan de manera novelada las intimidades de la pareja real, incluidas las infidelidades del rey. Sofía de Grecia nació en Atenas, pero su sangre es tan alemana como la de Mariana de Neoburgo y Catalina la Grande. Dicen que la zarina, cuyo verdadero nombre era también Sofía, fue una mujer lujuriosa que saciaba sus apetencias coleccionando amantes. Todo lo contrario a Sofía de Grecia que -según Eyre- es una mujer sacrificada que lleva con dignidad la otra vida de su esposo. Sólo le faltaba en estos convulsos tiempos a la Casa Real Española este libro, en donde se ocultan los nombres de las amantes del monarca pero se facilitan pistas para indentificarlas. Y si no, sólo basta acudir a la prensa inglesa. Que hace ese trabajo por el lector. “La reina Sofía sorprendió en 1976 a su marido con Sara Montiel en una casa de campo de Toledo“, aseguraba el domingo anterior The Sunday Times.
Me importa un bledo las amantes que haya tenido (o tenga) Juan Carlos I de Borbón. Prefiero que el rey sea infiel y no bribón, porque de ser esto último correría el riego de verse abocado a hacer las maletas. De lo que sí estoy de acuerdo es que se publiquen libros como el de Eyre. Pero siempre que se escriban con rigor. Porque prefiero que estemos prevenidos sobre las cosas veredes a que nos las disfracen con hipocresías. Desde que los Borbones sustituyeron a los Austrias tras la muerte sin descendencia de El Hechizado raro ha sido el monarca que no se ha ido de picos pardos. Y ha regresado a palacio tras regar Madrid de hijos. También han existido reinas promiscuas. Como Isabel II de Borbón, amante de Francisco Serrano. Llamado por ella misma el general bonito. Y madre después de Alfonso XII con la ayuda de un capitán de Ingenieros nacido en Ontinyent (y curtido en la Tercera Guerra Carlista) de nombre Enrique Puigmoltó Mayans. Distinguido por la Monarquía española con dos títulos nobiliarios. Otras reinas, sin embargo, esperaron al fallecimiento de sus respectivos cónyugues para sentirse aliviadas. Fue el caso de María Cristina de Borbón, que muerto Fernando VII llegó a parir ocho hijos con su amante Agustín Muñoz. También el de Mariana de Neoburgo, que tenía 16 hermanos. Y que por ser hija de tan fecunda madre -una princesa de la Casa Hesse-Darmstadt– se la trajeron a Madrid a ver si la embarazaba El Hechizado. Pero debió ser muy difícil compartir lecho (y copular) con aquel diablejo con monstruosas enfermedades propias de la endogamia. Que la joven reina llegó a fingir once embarazos para que no la acusaran de estéril. Pero cuando se libró de aquella carga se emparejó en Bayona con un vascofrancés de su séquito llamado Jean de Larreteguy con el que tuvo descendencia. De Larreateguy, y de sus vástagos, apenas se sabe, pero sí de ella. Que murió anciana (y enferma) en el Palacio del Infantado de Guadalajara. Construido con la misma piedra de Tamajón con la que se levantó la puerta (hoy en El Retiro) por la que entró en Madrid en 1690 para convertirse en reina de España.
San Jerónimo penitente me acompaña hasta el interior del Prado, donde el Hermitage de San Petesburgo expone 170 valiosas obras de su colección enciclopédica. Que no es otra que el tesoro artístico acumulado por los zares de Rusia en los últimos siglos. Sin embargo, el impresionante óleo de Catalina la Grande del retratista italiano Giovanni Battista Lampi con el que abre esta exposición me hace olvidar por un momento el pintado por Alonso Cano sobre el autor de la Vulgata. Cuadro religioso que transmite espiritualidad. Y sosiego. Dos antídotos contra la hipocresía. Catalina la Grande fue la artífice del Hermitage al comprar en 1764 un lote con 225 obras de pintura flamenca (y holandesa) a un coleccionista de origen polaco llamado Johan Ernest Gotzkowski. Y también quién empezó a enriquecer sus fondos con adquisiciones posteriores. La muestra contempla desde el oro de Siberia a delicadas joyas de la Casa Tabergé. Exhibe piezas griegas de espectacular belleza halladas en la península de Crimea. Y agrupa una impresionante selección de pinturas que va de Tiziano a Kandinsky pasando por Caravaggio, con españoles como Ribera, Velázquez y El Greco, además de Zuloaga y Picasso. La Bebedora de absenta (1) de Picasso me impacta. Es el retrato de una mujer que transmite soledad sentada en un café con una pared de fondo mate y rugoso. Consecuencia más del reverso sin imprimir de un cuadro ya pintado anteriormente que de una técnica. Me informo que La Bebedora de absenta nunca perteneció al zar porque su verdadero dueño era un culto comerciante moscovita amigo de Picasso que perdió el cuadro con la revolución bolchevique. Al igual que San Jerónimo penitente jamás formó parte de una colección real porque su primer destino fue un monasterio. Dejo el Prado para regresar a El Retiro por la Puerta de Mariana de Neoburgo. Hace frío en Madrid, pero luce un sol espléndido. Ya no hay mujeres que comentan libros sobre infidelidades reales. Ni jóvenes que leen periódicos que llevan en portada a Rubalcaba. Me voy desprendiendo por el camino de todos esos reyes (y reinas) infieles que han invadido mi intimidad este domingo. Y aligero el paso creyendo que en algún lugar de Madrid me está esperando paciente alguna bebedora de absenta.
(1) Bebida alcohólica extraída de la planta de su mismo nombre que hicieron muy popular los artistas parisinos de finales del siglo XIX. Durante un tiempo estuvo prohibida porque producía alucinaciones, además de efectos nocivos cuando se ingería abusivamente.