Desde la ventana de mi habitación en el Hôtel Règina, en la parisina plaza de las Piramides, observo a Juana de Arco en bronce dorado cabalgando a galope sobre un corcel. Representa firmeza. Tanto o más que la estatua pedestre del general De Gaulle en el cruce entre los Campos Elíseos y la avenida Marigny. Entre ambos se desarrolla la parte más sustancial de la historia de Francia, porque la etapa actual, la llamada Quinta República, nació con el libertador. El Règina es un hotel de los Années folles con un agradable bar inglés, pero no lo frecuento. Porque prefiero el Café Le Castiglione, en la vecina calle de Saint-Honoré, que parece inglés pero que es muy francés. Y en donde se puede desayunar hasta mediodía con una atención inmejorable. Paris tiene su propio color de otoño, que es también de bronce dorado, aunque compartido con el intenso azul de su cielo y el verde ceniza de las aguas que corren por el Sena. He tenido suerte. Y desde la ventana del Règina puedo contemplar también, aunque a lo lejos, la Tour Eiffel. Que con su potente luz (y su rayo giratorio sobre la ciudad) me suele acompañar en las primeras horas de la noche. Ya vencido de mis paseos por la ciudad. La plaza de Las Piramides debe su nombre a la campaña de Napoleón en Egipto. Y está cerca de otra plaza muy napoleónica, la de Vendôme, llamada de las Picas durante la Revolución francesa, puesto que sobre ese tipo de arma de asta propia de la vieja infantería se colocaban las cabezas de los guillotinados. Hay quién cree que la guillotina la inventó el cirujano francés Joseph Ignace Guillotin, pero en realidad se trata de una adaptación de métodos similares que ya se empleaban para ajusticiar a los condenados en otros paises, entre ellos Italia. Afortudamente la última ejecución se produjo en 1977, pero durante casi dos siglos Francia caminó en su historia con el ejercicio de este cruel sistema. Los revolucionarios franceses abusaron del método, que le costó la vida al propio rey Luis XVI y a su esposa María Antonieta. Y, aunque la pena de muerte no tiene excusas, la introdujeron entre sus principios liberales como un sistema horizontal que pusiera fin a los privilegios que incluso existían en las ejecuciones, puesto que hasta entonces a los nobles se les privaba de sufrimientos ulteriores a la hora de morir siendo decapitados a golpe de hacha o espada. Paris es una ciudad hermosa, de bonitas leyendas pero también copiosa de historias siniestras. La literatura ha dejado en los últimos siglos al descubierto esas vergüezas, de manera que el propio Victor Hugo en Los Miserables no sólo nos introduce en el mundo de los desheredados sino que nos conduce a un ajusticiamiento injusto, valga la redundancia. Igual ocurre con Zola, que nos traslada en sus novelas a episodios también miserables. Asesinatos. Decadencia sexual. Y alcoholismo social.
Los periódicos anuncian que la periodista Anne Sinclair, la última esposa de Dominique Strauss-Kahn, está de nuevo enamorada. Y Paris Match, revista en la que trabaja la compañera sentimental de Hollande -la también periodista Valèrie Trierweiller-, lo certifica con una foto robada en su portada en la que aparece recibiendo en un bosque un beso en la mejilla de un profesor de sus años de universidad. Se trata del académico Pierre Nora, de 80 años. Y uno de los pensadores más prestigiosos de Francia. Pero Sinclair – diecisiete años menor que Nora- se ha enfadado mucho con esta intromisión en su vida privada. Y ha anunciado que irá a los tribunales. Considero su decisión fruto de un estupido arrebato, porque de pasar del falso apoyo -por no tildarlo de hipócrita- que le dio a DSK durante el escándalo de la camarera negra de Nueva York a esta entrañable escena existe un abismo. Y Paris, como tantas otras ciudades de Europa, necesita recuperar historias de amor. Que ya demasiado desamor existe. Pero dejemos a Anne en paz. Y al viejo profesor instalado en su nueva felicidad. Que, aunque la curiosidad no es delito, nada mejor en este mundo satisface al prójimo que ser recibido con ternura. Y esta escena con fondo arbóreo la conlleva. Creo que en un pasado viaje a Paris disfruté repasando el número de grandes personajes de Francia que ocupan hornacina en la fachada del Hôtel de Ville y, si mal no recuerdo, sólo contabilicé a una mujer, Madame Roland, de soltera Marie-Jeanne Phillippon. Puede que haya alguna más, pero ver juntos a Richelieu, Turgot, Beaumarchais, Voltaire, Tourville, Molière, Didot y tantos otros me detiene siempre en la grandeur de Francia sin distinguir a cada cual. Sobre la cabeza de la escultura de Madame Roland se acaba de posar una paloma negra de las que revolotean sobre el edificio municipal. Es la antítesis de la paloma de Picasso. Y puede ser un mal presagio, pero esta mujer ya lo pagó caro. Roland fue una culta revolucionaria perteneciente al grupo girondino, que escribía artículos y recibía en el salón de su casa de Paris a grandes prohombres de la época, entre ellos quién fue después su enemigo, Robespierre. Pero se atrevió a criticar los excesos de la Revolución. Y acabó en la guillotina cuando los jacobinos se hicieron con el poder. María Antonieta y ella no fueron las únicas mujeres que pasaron por la guillotina, porque de las tres mil ejecuciones -entre ellas la del propio Robespierre- que se produjeron en Paris entre 1789 y 1796, 370 fueron mujeres. Más incluso que clérigos, 319. Cuentan que cuando Roland caminaba hacia el cadalso de la plaza de la Concordia, entonces Libertad, gritó ante una estatua que simbolizaba a ésta: ¡Oh, Libertad, cuantos crímenes se cometen en tu nombre!
Mis amigos de Paris me dicen que una española nacida en San Fernando (Cádiz), la socialista Anne Hidalgo, tiene muchas posibilidades de convertirse en la próxima alcaldesa de capital de Francia tras las elecciones municipales de 2014. Falta aún mucho, pero no deja de ser una buena noticia. Anne es actualmente vicealcaldesa. Y de hecho, Hollande cuenta en su gabinete con otro español de nacimiento, el barcelonés Manuel Valls, ministro del Interior. Pero no creo que a Valls le guste mucho la deriva de su coterráneo Mas en Cataluña. Que en Francia el prócer de Convèrgencia juega en desventaja porque tiene sombra. Y ya puesto a buscar, hay un tercer español de origen en la órbita de Hollande. Se trata de Aquilino Mollere, médico e hijo de un minero exiliado de La Felguera que trabajó como operario de la Citröen en Nanterre. No sólo dirigió la campaña de Hollande en las presidenciales francesas sino que le escribe sus discursos. Me encanta que el talento español se instale en Francia. Y también que el pequeño bistró Marie Stuart de la calle Montergueil ofrezca en pleno otoño gazpacho andalou. O que en uno de los kioskos de La Bastilla se puedan adquirir churros a tres euros la media docena. Y no es en el único lugar de Paris donde se elaboran, porque hay otro puesto en el Trocadero. Y también en el bulevar de Montparnasse. En el 31, de la rue de San-Martin existe un pequeño bar en el que se prepara una cocktail que llaman Marquis de Sade. No es original de este establecimento porque lo he visto anunciado con distintos ingredientes en otros locales de Europa. Concretamente en Praga. Pero aquí se trata de una combinación de champaña, licor de Chambord y fresas naturales. Lo compensa con otro llamado L’amour a la française, compuesto de Armagnac VSOP y limón exprimido. Paris tiene lugares admirables. Y establecimientos con nombres que se disputarían novelistas y cineastas. Uno de los más orientales que conozco se denomina Les Palmiers du Sinai. Y está especializado en cocina egipcia. Homoss, tagines, bricks con huevo y keftas. Está en la rue Mandar, casi desembocando en la de Motorgueil. En la que se agrupan restaurantes, pescaderías, carnicerías, fruterías y selectas tiendas de quesos y chocolates. Fue en el XVII cuando se introdujo en Francia el chocolate, concretamente en el reinado de Luis XIV, el Rey sol. En la corte de su esposa Ana de Austria, hija de Felipe III de España y supuesta amante del I duque de Buckinhgam, se servía líquido y picante. Pero, pese a que incialmente se entendió como una bebida reconstituyente y con cualidades terapeúticas, pronto fue concebido erroneamente como afrodisíaco. Los monjes lo cosideraron un vicio. Y, pasado el sarampión, acabo despachándose en las farmacias. En 1912 los franceses comercializaron un fórmula de malta chocolateada llamada Banania, en la que se inspiró después el Cola Cao español. Y durante la I Guerra fue uno de los principales alimentos de sus tropas en los fríos campos de batalla. Paris en otoño es una ciudad de fragancias y aromas en su más diverso contraste. Montmartre concentra en su bohemia los perfumes del can can con decorado impresionista y moderno. Y el Jardín de Las Tullerías despide olores a tierra mojada mientras empuja al aliento de la ventisca otoñal sus hojas secas una veces hacia el muelle D’Orsay. Y otras hacia la vieja ciudad, en este caso desplazándose silenciosas hasta invadir las calles que conducen a Vendôme. Lejos de ésta se encuentra la plaza de Les Vosges, en el Marais. Primer ordenamiento urbano de Europa, corazón del Paris palaciego de Richelieu. Pero al otro lado del Sena, discurre majestuoso el boulevar de Saint-Germain. Catedral del Paris creativo y artístico de los años 20. Y cuna del existencialismo, otro sí refugio del surrealismo. Paris responde a todo lo que el corazón desea, escribió el compositor Chopin, que está enterrado en la ciudad. Y tal deseo late de forma perenne convirtiendo a sus calles en escenario de continuas provocaciones.