Agosto, 2010. Estoy hospedado en Grado. Capital del concejo asturiano del mismo nombre. Muy cerca de donde discurre el río Nalón. He llegado hasta aquí necesitado de alojamiento, porque en realidad mi destino es Candamo. Concejo asturiano vecino rico en yacimientos del Paleolítico. Y en donde se encuentra la llamada Caverna de Candamo. Que sólo se abre en dos momentos del año para las visitas. Y de manera restringida. Me siento afortunado porque soy una de las 45 personas que hoy han podido visitar el yacimiento. Pero también por disfrutar del clima de esta maravillosa región de la España húmeda. Y por haber cenado la noche anterior en el Llar de Viri. Una rústica casa de comidas de San Román de Candamo. Donde Elvira Fernández -su propietaria- me sorprende con su cocina de autor, obsequiándome de entrada con un pote de castañas. Extraordinario lugar éste en el que Elvira –Viri para sus paisanos- dirige los fogones igual que recibe o atiende la mesa. Porque ella se mueve sóla en el negocio. Y que (me consta) goza de excelente prestigio dentro y fuera de estos verdes valles del Nalón. Me cuenta un lugareño que Estrabón cita en su Geografía a esta tierra, de la que revela que sus primitivos pobladores adoraban con danzas a una divinidad sin nombre cada noche de luna llena. Al igual que en otras poblaciones del Principado de Asturias, en San Román de Candamo está presente en su arquitectura la huella indiana. Que han dejado para la posteridad los muchos emigrantes de la localidad que hicieron las Américas. Y entre los que se encuentra Alonso Menéndez, quien en 1935 creó en Cuba la marca de cigarros Montecristo, además de hacerse -en compañía del avilesino José García– con la fábrica H. Upmann, fundada en 1843 en La Habana por el banquero alemán Hermann Upmann. Desde entonces, Montecristo es la más cotizada marca de cigarros habanos de la historia. Y su nombre se debe a la novela de Dumas, El conde de Montecristo. Con la que un lector de tabaquería hacía más agradable el trabajo de los torcedores de la fábrica. Que entusiasmados por las aventuras de Edmond Dantès incitan a Menéndez a crear la marca.
Llego a la cueva rayando el mediodía. Somos sólo quince personas las que integramos este segundo turno del día que visita el yacimiento rupestre. El más occidental de Europa. Y que desde 2008 es patrimonio de la humanidad junto a otros diecisiete asentamientos prehistóricos de la región cantábrica que han sido concebidos como extensión de la Cueva de Altamira. La boca de la caverna se encuentra en un cerro de calizas carboníferas de unos 180 metros de altitud llamado La Peña. Y una placa en marmol lamenta con dolor de parte del Ayuntamiento su explotación irracional desde su descubrimiento oficial en 1919 por el arqueólogo Eduardo Hernández Pacheco hasta 1980, en que tuvo que ser cerrada aquejada del mal verde. Colonias de musgos, helechos y algas que se extendieron por la cueva poniendo en peligro las pinturas rupestres. Como consecuencia de un despropósito motivado por las visitas masivas, la utilización de luces inadecuadas y el abuso del interior para otras funciones. Entre ellas la celebración de misas ante una imagen mariana emulando a la Santina. A lo que se añade la mano exterminadora del hombre, que desde que se abrió la cueva hasta los años cuarenta realizó todo tipo de barbarie e incuria, dejando graffitis sobre las paredes e incluso grabados y raspados sobre las propias pinturas. Este crimen -que hoy se penaliza con multas que van de los 150.000 a los 900.000 euros, según reza a la entrada- ha quedado ya para siempre unido al destino (y a la desgracia) de la cueva, que volvió a abrirse al público en 1995 tras quince años de arduos (y delicados) trabajos de recuperación. Por eso sólo se permiten tres turnos de visitas diarias en cinco días a la semana y durante dos periodos del año. En Semana Santa y en la época estival, que es cuando está más poblado el concejo y las temperaturas resultan más livianas.
Rodeado de estalactitas y otras formaciones geológicas, alcanzo lo que llaman Sala de los Grabados. Que es donde se concentra la mayor parte de las representaciones artísticas de la cueva. Pese a que el descubrimiento se establece en 1919, el yacimiento ya se conocía desde la segunda mitad del XIX cuando un vecino de San Román apodado El Cristo se introdujo en su interior a través de un pequeño agujero en busca de minerales. Dos caballos y una cierva aparecen a la derecha entre signos lineales que se asemejan a un conjunto de flechas. Le sigue un muro de seis metros en el que destaca un primer panel con tres toros, dos bisontes, dos ciervos, una cabeza de jabalí y dos caballos. Uno de los toros mide 180 centímetros de longitud mientras el caballo apenas alcanza los 120. Las pinturas continuan en un segundo panel, que preside una cierva dibujada en negro. Y a la que acompañan una superposición de grabados y pinturas de la que sobresalen dos toros, tres ciervos, dos caballos, un antropomorfo y dos figuras de forma curva, una de las cuales ha sido interpretada como una foca. Mamífero que se supone habitó en la costa asturiana durante la última glaciación. Y que ha sido dibujado sobre un toro central de 228 centímetros. Es la mayor figura del panel junto a otro gran ciervo bramando que arrastra el impacto de una flecha, lo que induce a sospechar que está en berrea. Pero la joya de esta cueva de Candamo es un caballo pintado en siena situado en un lugar llamado El Camarín, una especie de hornacina que el homo sapiens de este asentamiento nómada eligió para ser visto y, con toda seguridad, para recibir culto. Cada conjunto de pinturas y grabados pertenece a periodo diferente, si bien se estima que la expresión más antigua data de hace 18.000 años, en el Solutrense. Este caballo de Candamo, concluida la visita, me acompaña todo el día por esto verdes valles. Quiero ver representado en su delicada figura al asturcón, el pequeño caballo asturiano que los romanos empleaban para transportar la minería. Pero no está cientificamente demostrado que sea así, pese a que hay quien afirma que los asturcones descienden del caballo solutrés. Que ya existía en Asturias coincidiendo con las primeras pinturas rupestres de la zona. Lo asumo como una fantasía propia del verano caluroso. Cuando camino buscando refugio en la arboleda de Candamo. Fresnos y olmos. Chopos y sauces. Que me llevan a un paisaje que de repente hago familiar porque me recuerda a la poesía íntima de Ángel González. Milagro de la luz: la sombra nace,/ choca en silencio contra las montañas,/ se desploma sin peso sobre el suelo,/ desvelando a las hierbas delicadas.