Sopla viento del norte, ligeramente fresco. Durante siglos, Veracruz ha sido la puerta de México: Cortés y sus huestes. Los primeros caballos, los primeros cañones, las primeras ballestas. El arcabuz. Y el acero. Por su puerto entró Maximiliano, emperador. Para salir cuatro años después en un ataúd, con el pecho y el abdomen perforado. Más un tiro de gracia que le atravesó el corazón, en la misma fragata [Novara] que lo trajo desde Trieste en compañía de Carlota. Y por la duelas de sus muelles también afluyeron muchos españoles que soñaban con hacer las Américas, junto a otros que, empujados al exilio, jamás volvieron a soñar. “Manzanas acarameladas, manzanas enchiladas”, pregona un ambulante en el zócalo después del papaqui, desfile alegórico preludio del Carnaval. La banda de guerra de la Marina ha abierto el cortejo, pues no en vano Veracruz es sede de la Primera Región Naval. Le siguen carrozas, comparsas, bazucadas y bastoneras. Todo es color en esta noche jarocha de viernes, a un mes de que comience la gran mascarada. Los veracruzanos que se lo pueden permitir pasean en torno al puerto, se dejan ver en el Café La Parroquia y gustan portalear en el zócalo. Convergen en familia, a pie o en autos ruidosos. En los portales siempre hay música, bullicio, alegría. Y abundantes platillos: tortas, gordas, picadas. Cervezas o micheladas. Y variedad de tequilas. También hay dolor, tristeza, miseria. Que nadie puede tapar, ni siquiera el murmullo festero que acompaña al danzón. La marimba. O al rasgueo de la jarana. “Güero, güero, pásele”, pregona el empleado de un despacho de nieves. En medio del gentío un muchacho de tez morena extiende la mano. Dice venir de Honduras. Y confiesa haber llegado hasta aquí en La Bestia. Sus palabras provocan silencio. Raro en una región acostumbrada al estruendo. Y al escándalo, como el que arrastra el último gobernador del PRI [Javier Duarte de Ochoa, 2010-2016], hoy en busca y captura por corrupción y enriquecimiento ilícito. Y sobre el que se ofrece una alta recompensa. Repugnante. La Bestia, o tren de la muerte, es una red de nudos ferroviarios exclusivo para convoyes de mercancías que hacen la ruta entre América Central y Estados Unidos. Por el que circula una serpiente letal alimentada a diésel que atraviesa el territorio mexicano. Y que es alcanzada en marcha por la miseria humana que enfila hacia el Norte, llueva, haga frío. O calor. Miseria que viaja apilada y a la intemperie, junto la carga pesada, en tolvas de mineral, vagones de cemento. Sobre cisternas tóxicas, de gas y sustancias químicas. Entre topes y cadenas, ganchos y mangueras de freno. Una engañifa del Gobierno [de Peña Nieto] hizo creer al mundo meses atrás que el tren de la muerte había sido cancelado por la extinción del contrato al concesionario que lo explotaba [Ferrocarril Chiapas-Mayab]. La noticia fue recogida con alarde por el New York Times. Sin embargo, aún sigue circulando, porque La Bestia no se circunscribe a un determinado tren, sino a varios, cada cual de un licitador, ya sea Ferromex. La Kansas City Southern de México. O Ferrosur. Ciega ante el peligro, indefensa ante la adversidad, esta miseria humana, que asciende desde el sur de Chiapas, pura tierra del maíz, no lo tiene fácil. Porque La Bestia nunca se deja domar. Y se resiste al asalto mostrando sus afiladas garras. Hay quién pierde entre hierros sus piernas, sus manos. Pero también quienes son violados, asaltados, extorsionados. O arrojados en marcha. En un trayecto sin ley, bajo control de mafias organizadas, de bandidos sin escrúpulos. Y en donde el débil sucumbe ante el fuerte, siempre poderoso. Un reciente estudio revelaba que el 80 por ciento de estos migrantes sufren robos a bordo. Y el 60 por ciento de las mujeres, agresiones sexuales. Más que tren es una fábrica rodante de la muerte que circula lentamente por vías sin mantenimiento, estaciones fantasmas, túneles, suburbios industriales, campos y desiertos. “Cohibas, relojes, perfumes”, vocea otro ambulante convirtiendo su pregón en susurro. Mercadería falsa, mercadería barata. Los Zetas han sembrado el terror en Veracruz en los últimos años, sin distingo entre ricos o pobres, siempre matando. El Gobierno encomendó al Ejército y a la Marina acabar con ellos. Y los principales cabecillas han desaparecido por exterminio. No se sabe cómo, pero ya no están, no existen. Tampoco sus familias. Debilitado el narcotráfico, han surgido nuevos delitos. El último, el saqueo salvaje a centros comerciales y supermecados como consecuencia del gasolinazo. Veracruz, a la cabeza de la República. Por eso, y porque la policía también estuvo involucrada, se asegura que los disturbios estuvieron manejados por poderes públicos. Nuevamente tuvo que intervenir la Marina, que se ha convertido en la mayor garantía de seguridad de los veracruzanos. La noche avanza. Y la ciudad portuaria y zaragatera se va apagando, excepto su catedral. Blanca, cual luna iluminante. Y recién restaurada con aplanados de cal que permiten respirar a sus frágiles muros de ladrillo y piedra muca [coralina]. Mañana seguirá el jolgorio. Fútbol en la cantina. Danzón en la plaza. Ensayos de carnaval. Riñas de gallos de raza fina. Y apuestas. Tampoco faltará el fandango, pues por ser sábado se anuncian bodas. Y festejos de santos al compás del son jarocho. Jarana, violín, requinto y arpa. Un pasquín reclama la atención del paseante en su retirada del zócalo. Convoca a un encuentro de lucha libre el domingo en la arena La Fraternidad 2000. Por un lado, el Escuadrón de la Muerte, en este caso los rudos, el mal. Y por otro, los ídolos de la afición, el bien. Es revancha. Y Acero, Tormento chino y Ricardo Cadenas Jr. se enfrentarán a Michael, Tiburón y Atila. Luego lo hará Rey Egipto contra Cancerbero Jr. Anarquía contra Escualo. Y Steffani contra Lujuria. “Damas y caballeros, el combate está a punto de empezar”.