Cuestión portuguesa

En el verano de 1976 hice un viaje de un día desde Sevilla a Portugal, en plena efervescencia de su nueva Constitución, aprobada meses antes fruto de la voluntad de aquella Revolución de los ClavelesRevoluçao dos cravos, en portugués- que condujo a este país hermano a la democracia. Los portugueses daban así formato legal al sistema de libertades nacido el 25 de abril de 1974 al son de una canción cómplice, Grândola, Vila Morena, de José Afonso. Tenía yo entonces 22 años y confieso que fue un viaje de emociones, cuyo destino final era Vila Real do Santo Antonio, pequeña localidad fronteriza separada de Ayamonte por el Guadiana, ya en su desembocadura al Atlántico. No había tenido hasta ese momento la posibilidad de viajar a Portugal para conocer su evolución -que venía siguiendo con interés por los periódicos españoles-, por lo que mi llegada allí fue todo un descubrimiento. En un pequeño seiscientos, cruzé en barcaza el río, dirigiéndome por calles empedradas al centro de Vila Real, empapelado de cartelería política. Comprobé que -como yo-, muchos españoles acudían a lo mismo -, mientras otros -familias enteras ajenas al momento histórico- inundaban las tiendas en busca de tejidos de hilo de algodón o de café en grano, productos en aquellos tiempos allí muy cotizados. En los primeros percibí una escapada a la libertad, una curiosidad por conocer una forma de convivencia que todavía España no había abrazado. Yo también me sentí libre, solidario con aquellos paisanos –marinheiros, en su mayoría- que discutían abiertamente de política en los cafés de la ribera. Y a mi regreso, una profunda envidia me embargó por la carretera. Quería ser como ellos.

tranvia-28-lisboaHa pasado desde entonces mucho tiempo. Portugal eligió su camino y España, incorporada a la democracia en 1977, el suyo, pero aquella división fronteriza -propia de dos paises soberanos de la época- se fue diluyendo tras caer las aduanas por la incorporación simultánea de ambos a la Unión Europea. Hoy en Vila Real continúan las barcazas uniendo Portugal con España. Es una estampa de nostalgia, porque un inmenso puente cercano, construido en 1991 por un consorcio de los dos Estados, une esa zona del Algarve con la provincia de Huelva, aproximándonos y permitiéndonos a unos y otros conocernos mejor, en libertad, desde el respeto a lo que somos. El domingo, los portugueses están convocados a las urnas en unas nuevas elecciones legislativas, donde el actual primer ministro José Sócrates (socialista) se la juega frente a la conservadora Manuela Ferreira Leite. Los sondeos dan ventaja a Sócrates pero -gane quien gane-, estas elecciones han estado precedidas de una polémica antidiluviana, con España en la diana. Deseosa de acaparar el voto antiespañol, Ferreira Leite ha anunciado que, si alcanza el poder, suspenderá la construcción del AVE que uniría Oporto y Lisboa con la red española, argumentando que supondría un endeudamiento que Portugal no puede soportar. Me pareció hipócrita su planteamiento, pero también tan irracional como el que esgrimen los descerebrados que se oponen a la y vasca que enlazará en el futuro a Francia no sólo con Euskadi o el resto de España, sino con el conjunto de la Península Ibérica.

Vivimos en Europa tiempos de mediocridad política que, en algunos paises, raya lo indecible. Pero no es este el asunto que hoy me convoca ante ustedes, queridos lectores, sino Portugal, que -pese al antiespañolismo de algunas minorías o los disparates que se suelen lanzar en campaña electoral- sigue siendo para mi un país de grandes enseñanzas. Desde aquella escapada a la libertad en 1976, he viajado constantemente a esas tierras, pero siempre aprendiendo. Y he llegado a conocer -por mi profesión-a grandes políticos de ideología dispar que han sido referentes para los españoles. El primero fue el malogrado Francisco Sá Carneiro. Después el profesor Mario Soares, líder histórico de los socialistas portugueses. También Francisco Pinto Balsemao y Diego Freitas do Amaral. Incluso el presidente Antonio Ramalho Eanes. De ninguno de ellos -tan demócratas como convencidos portugueses- observé una acometida contra el progreso, porque más allá de las diferencias -aunque sean tribales- está la libertad, que es abrir. Jamás cerrar. Ni tampoco aislar. Frente a Ferreira, sólo cabe la razón. Y, aunque le lluevan votos el domingo, no sólo está impidiendo la elección libre de sus compatriotas para viajar en el tren del presente al resto de Europa, sino que otros disfrutemos de este avance para conocer mejor Portugal. Tenemos quienes vivimos,/ una vida que es vivida/ y otra que es pensada,/ y en la única en que existimos/ es la que está dividida/ entre la cierta y la errada (Fernando Pessoa). Feliz domingo electoral, amigos portugueses.