Nació Rafael del Riego [Flórez] el 7 de abril de 1784 en Tuna, pequeña parroquia del concejo de Tineo, Asturias. Hijo de un funcionario de Correos, de noble familia aunque de recursos limitados, ingresó en el Ejército tras fracasar en los estudios de leyes, además de los del Seminario. La guerra de la Independencia le sorprendió en Madrid como oficial del Regimiento de Guardias de Corps pero -derrotado en combate frente a los franceses- se refugió en Asturias, para casi de inmediato incorporarse a la resistencia contra Napoleón. Cautivo del invasor, sufrió cárcel en Francia. Y en sus celdas se inició en la lectura de la causa liberal, además de entrar en contacto con la masonería. Influido por esta, Del Riego empezó a ser parte esencial de la historia del siglo XIX en España. Primero, por la sublevación que encabezó contra Fernando VII en Las Cabezas de San Juan [Sevilla]. Y después, por obligar a aquel a jurar la Constitución liberal de Cádiz, de la que había renegado vilmente dos años después de haber sido promulgada. Gracias a este militar asturiano, España puso fin a un Sexenio Absolutista [1814-1820] altamente represivo. Y se permitió un corto, aunque inestable, periodo liberal, de nuevo interrumpido con vileza por el Rey felón con ayuda extranjera [Cien Mil Hijos de San Luis]. Vengativo, enfermo de ideas, cruel y asesino, Fernando VII lo aprehendió. Y lo llevó al cadalso sobre un serón arrastrado por un burro, infame humillación que encontró durante el recorrido [dos horas] la coral de un inculto y desagradecido populacho con sed de sangriento espectáculo. Del Riego, mariscal de campo, fue sometido a la horca. Y, ya muerto, su cuerpo fue decapitado, además de descuartizado, para ejemplo de como se las gastaba el Borbón. En ese momento, mediodía del 7 de noviembre de 1823, una de las dos mitades de España emprendía un intricado camino en pro de la República, cuyo recorrido encontró siempre la interrupción urdida, cuando no la muerte a sable, de la otra parte. Doce años después de aquella ejecución, la reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias -madre de Isabel II [aún niña] y viuda de Fernando VII- rehabilitaba oficialmente, mediante real decreto, la figura de Rafael del Riego, que se convertía así en mártir de la Monarquía. Y mito liberal de la política. “Ya empiezan a desvanecerse, como meras ilusiones, los objetos que me rodean, y no solo los recuerdos, sino las sensaciones externas que recibí en aquella época bienhadada, se despiertan como realidades en mi fantasía. ¡Qué es lo que queda de las cosas humanas sino estos vestigios mentales, estas impresiones penosas y profundas que, como heridas mal cerradas en el corazón del desterrado, echan sangre cada vez que se las examina!” [De la serie Cuaderno emérito].
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Cita literaria: El Alcázar de Sevilla, de José María Blanco White. Ilustración: El juramento de la Constitución de 1812, óleo de José Casado del Alisal.