Kaufinger es una de las principales calle comerciales de Múnich. Conduce a la Marienplatz, donde se levanta el impresionante edificio neogótico del Neues Rathaus (Nuevo Ayuntamiento). Cada tarde, cuando dan las cinco en punto, comienzan a tocar las 43 campanas de su carrillón, o glockenspiel. Cuyo maquinaria pone en marcha a 32 figuras danzantes que conmemoran dos episodios diferentes del Siglo XVI en la ciudad. Los festejos de la boda de Guillermo V con Renata de Lorena y la danza de los toneleros, creada para exorcizar la epidemia de peste de 1517. Este carrillón es uno de los símbolos distintivos de la capital bávara. Y también del sur de Alemania. Múnich agota sus últimos días de agosto entre mediodías calurosos. Y tardes de tormentas. Cuando se pone el sol, en los soportales de los Almacenes Hirmer de la calle Kaufinger un quinteto de viento, cuerda y piano interpreta piezas clásicas, unas veces de Richard Strauss (nacido aquí) y otras de Wagner. No en vano, el autor de Tristán e Isolda forma parte también de la historia local. Pués fue un protegido del excentrico y melancólico Luis II, primero de los dos reyes locos que tuvo la Casa de Wittelsbach. Y que murió junto a su psiquiatra en extrañas circunstancias en el Lago Starnberg pocos días después de que su propia familia lo inhabilitara para gobernar. Baviera pasó de Principado a Reino en 1805 coincidiendo con las alianzas germánicas de Napoleón. Y desapareció como tal en 1918, terminada la I Guerra. Luis II era hijo del enfermizo Maximiliano II, pero también nieto de Luis I. El rey bávaro que hizo condesa de Landsfeld a una hermosa bailarina de danza española que se hacía llamar artísticamente Lola Montes(z), pero que en realidad había nacido en Irlanda y se había criado en India. Cuentan que la tal Montes –Elizabeth Gilbert en la vida real- se presentó ante Luis I para quejarse de que la habían despedido de un teatro de Múnich. El rey le preguntó si su cuerpo era obra de la Naturaleza o del Arte. Y ella respondió mostrándole sus pechos desnudos. Ese día obtuvo un contrato en el mejor teatro de la ciudad al tiempo que era tomada como amante por el soberano. Me acompañan estas historias mientras tomo un té frio en una terraza de la calle Kaufinger. Los comercios exhiben en sus escaparates la moda de otoño combinada con los nuevos modelos regionales para el Oktoberfest. El Festival de la Cerveza que cada otoño (y durante dieciseis días) atrae a Múnich a más de cinco millones de visitantes.
Múnich es (para mi) una ciudad de tentaciones. Esta mañana me he introducido en la Alte Pinakothek (Pinacoteca Antigua) con la intención de disfrutar de los seis excelentes murillos que allí se exponen, además de un boceto al óleo del cuadro del El Expolio de El Greco que se conserva en la sacristía de la Catedral de Toledo. Y he salido deslumbrado por la importante colección de obras de Rubens allí reunidas, entre ellas El rapto de las hijas de Leucipo. Una joya del barroco. Sin embargo, la pintura que más tiempo me ha detenido frente a frente ha sido el retrato de cuerpo entero de la marquesa (o madame) de Pompadour (1), de François Boucher. Pompadour fue favorita de rey Luis XV de Francia, el Bien amado. Que se la arrebató a su marido, haciéndola su amante, concediéndole el título de marquesa y dándole sitio en la Corte, donde ejerció notable influencia. Llegó a sentarse junto a la reina. Tomó importantes decisiones de Estado. Y protegió a los enciclopedistas, especialmente a Voltaire. Pero se nos fue joven con la leyenda añadida por el pueblo de que conservaba su belleza consumiendo champán. Si es tal como nos la presenta Boucher en este retrato de 1759, Pompadour debió ser una mujer hermosísima. Como también lo fue Lola Montes a tenor de algunos camafeos, aunque un siglo después. Esta dos mujeres extranjeras (y pecadoras cortesanas) se han instalado de repente en mi pensamiento cuando no estaban previstas. Curiosamente Pompadour tiene asignado un lugar preferente en la Alte Pinakothek. Y su retrato, más que intruso forma parte destacada del patrimonio que ofrece este museo de Múnich fundado por Luis I hace justamente 175 años. Es posible que esté allí cubriendo el hueco de Lola Montes, si se me permite la fantasía. Por entender que su paso por Baviera fue fugaz. Y muy discutido. Porque, al contrario que Madame de Pompadour -profundamente medida pese a vivir en adulterio-, la condesa Montes fue una temperamental que se inmiscuyó para mal en los asuntos del reino. Huyendo de Múnich a los dos años para reiniciar una vida salpicada de tormentos (y arrastrada por una colección de maridos y amantes) que acabó llevándola a California. Donde abrió un saloon en el que actuaba. Y al que acudían influyentes y adinerados caballeros del Oeste americano atraidos por su encanto natural. Pompadour murió de tuberculosis en Paris a los 42 años. Y Montes en Nueva York a los 40, pero en la indigencia. Jamás fue reclamado su cadáver, aunque reposa en una tumba que lleva su nombre en el cementerio Gren Wood de Brooklyn, NY. Mientras Pompadour hizo feliz a Luis XV primero como amante y después como consejera y mecenas de artistas. Los desatinos de Montes acabaron con Luis I. Que se vio obligado a abdicar en su hijo Maximiliano, el padre de los dos reyes locos de Baviera.
Ya ha anochecido en Munich, ciudad que tuvo su origen en un convento de monjes benedictinos. La cervecería Hofbräuhaus empieza a atiborrarse de clientes que se refugian en gigantescas jarras de cerveza acompañando con melodías a un grupo de música bávara. Muy cerca la familia Bauer asa al carbón (y a la vista del cliente) sus famosos codillos de cerdo. Los Bauer fundaron Haxnbauer en los bajos de la Scholastikahaus en 1963. Y hoy sus platos regionales son famosos en toda Alemania. Hace unos minutos, al dar las nueve, el carrillón de Marienplatz retomaba su representación mecánica con el anuncio de la serenidad de la noche. Caracterizado en ceremonia breve por un aguacil que porta un candil. Y un ángel custodio que llama a la oración. La mayoría de los comercios ya han cerrado. Y Múnich se torna oscura dando paso a los locales de copas. Recorro la encrucijada de calles que al este de Marienplatz conducen a la Maximilianstrasse. Creada como bulevard por Maximiliano II para ensanchar la ciudad. Y hoy reconvertida en la calle con más tiendas exclusivas de Múnich. En esta parte antigua de la la capital bávara representaba parodias cómicas de joven Bertol Bretch. Que se hacía acompañar a la batería por el actor Karl Valentin. Son callejuelas ligeramente alumbradas por farolas. Que supongo frecuentarían también los dos reyes locos en sus devaneos por la ciudad. El primero de ellos (Luis II) gobernó levantando castillos románticos por toda Baviera. Y el segundo (Otón I) fue sólo un florero escondido en un rincón de palacio. Porque quien llevó las riendas del país durante los veintitantos años de su reinado fue su tío Leopoldo. Que ejerció como príncipe regente. De los dos hermanos, el más controvertido fue Luis II. Lo habían comprometido con Sofía, hermana menor de la emperatriz Sissi. Pero su vida no iba por ahí. Que se sepan tuvo tres amantes varones, el primer caballerizo real, un afamado actor húngaro y un cortesano. Cuando rescataron los cuerpos del derrocado rey y su psiquiátra en las aguas del Lago Starnberg el rostro de Luis II presentaba grandes rasguños. Estas historias se acaban cuando me encuentro frente al vestíbulo del Hotel Mandarín Oriental (antigua Ballhaus), ubicado en Neuturmstrasse. En su ático sobre la séptima planta se ubica un China Moon (Roof terrace). Pido un yuzu margarita (2) mientras disfruto bajo el cielo estrellado de la panorámica aérea de Múnich. Con torres de aguja y campanarios tenuamente iluminados que sobresalen espaciados del conjunto monumental. Es un capricho que me doy entre tanta tentación que me provoca el Estado libre de Baviera.
(1) Marquesa de Pompadour, de François Boucher. 1759. Alte Pinakothek. Múnich.
(2) Yuzu margarita: Cóctel de tequila blanco, yuzu, naranja, lima y unas gotas de miel.