Piazza Navona es un lugar emblemático en el corazón de la vieja Roma. Todo un exponente del barroco italiano, patente en la Fontana de los Cuatro Ríos, magistral obra de Bernini que representa a los quattro fiumini más importantes del mundo hasta su construcción. Allá en 1651. El Nilo, en África. El Danubio, en Europa. El Ganges, en Asia. Y Río de la Plata, en América. Que ignora al Amazonas, descubierto por Orellana en 1541. Pero que probablemente para Bernini era todavía un gran desconocido. La Fuente de los Cuatro Ríos está escoltada por otras dos, a ambos extremos de la plaza. La llamada Fontana de Nettuno, frente a via Lorenesi, y la del Moro, ya en dirección a Campo dei Fiori, ambas de Giacomo della Porta. Remata la fuente de Bernini un impresionante obelisco egipcio que por encargo del emperador Domiciano fue tallado en el siglo I en Aswan como culto a su personalidad. No en vano, Piazza Navona discurre por lo que fue el stadium (circo) de este emperador. Último de la dinastía flavia. Asesinado de siete puñaladas a punto de cumplir 45 años. Fruto de las conspiraciones de cámara a las que se enfrentaban los mandatarios romanos. Domiciano fue un emperador autócrata. Que adoraba a Minerva. Que implantó en Roma los juegos capitolino (los agone, de ahí Navona). Que trajo a su arena imperial a los mejores gladiadores. Tres de ellos -ya libertos- participaron en su asesinato, urdido por Patronio, camarlengo imperial, y un grupo de oficiales de la guardia pretoriana, además de otros siervos traidores. De las ruinas del circo surgió esta plaza, a la que dio solemnidad el papa Inocencio X. De la familia Pamphili. Que encargó primero a Reinaldi y después a Borromini levantar una impresionante basílica que diera culto a Santa Agnese (Inés) in Agone. Mártir cristiana de aquella arena que atraía peregrinos de todos los rincones de Roma. Y cuyas reliquias recibían culto desde el siglo VIII en un pequeño oratorio ubicado donde fue sacrificada. En el quinto sector del circo. Año 304 a. c. Era Diocleciano. Hasta que otro papa, Calixto II -cuñado de doña Urraca-, lo elevara a templo. Como así fue desde 1123 a 1575. Después llegaron los Panphili.
Del siglo XVII es la actual configuración de esta hermosa plaza, que nunca ha perdido su carácter lúdico. Durante el medievo se llamó Campus agonis. En ella se celebraban torneos. Las Fiestas de Carnaval. Desfiles. Todavía hoy Piazza Navona es una fiesta permanente, porque por allí pasa todo lo que hace ruido en Roma. Que se contempla desde otro tipo de gradas. Bernini. Nettuno. Tre Scalini. Il Barrocco. La Dolce Vita. La Bevitoria. Bar Navona. Don Chisciotte. Domiziano. Tucci. Un conjunto de cafés, bares, ristorantes y pizzerías que circundan la plaza. Compartiendo espacio con dos de las tiendas de juguetes más populares de Roma, Al Sogno y Berte. Y con el Instituto Cervantes, cuya librería exibe en escaparate obras españolas. Junto a la basílica de Santa Agnese -fruto de la transformación del segundo templo dedicado a la mártir-, otros dos edificios señoriales se suman a la solemnidad de Piazza Navona. Están frente a frente. El santuario de Nostra Signora del Cuore di Gesu y la embajada de Brasil. Ambos están levantados sobre los muros del stadium Domiciano, pero el primero tiene pasado español. Cuando el Papa Nicolás V puso en manos de la Nación Española en el siglo XV la manzana donde su ubica. Como albergue de peregrinos, hospicio y hospital. Levantando también un templo dedicado a la par a Santiago el Mayor y a San Idelfonso de Toledo. Llegando a ser Iglesia nacional de los españoles. Hasta que a finales del siglo XVIII nuestros compatriotas la abandonan mudándose a Monserrat, a donde se llevan la escultura original de Santiago que la presidía. Obra de Sansovino. La embajada de Brasil se ubica desde los años veinte en lo que fue el Palazzo Panphili, remozado por Inocencio X al tiempo que se construía la actual basílica de Santa Agnese. Espectacular para quien pasea de noche por Piazza Navona es contemplar la galería iluminada a través de su ventana serliana. La que da al exterior, justo en su primera planta. Y que alberga frescos de Pietro de Cortone sobre la estancia de Enea en los cielos del Olimpo. Contada por Virgilio, de quien Inocencio X aseguraba ser descendiente.
Piazza Navona es de mis lugares preferidos de Roma. Por la que he paseado en estos primeros días de diciembre, que es el momento del año donde su solemnidad monumental compite en igualdad con el murmullo de ilusión que le proporciona una feria que allí se instala como preludio de la Navidad. Feria romana, con barracas de tiro al blanco, puestos de torrone morbido e duro. De peladillas de mandorle y nocciole. También de noccioline. De algodón de azúcar. De panini de porquetta d’Aricia y vinos de Castelli. De dulcería del Lazio. Donde niños y mayores acuden a completar sus belenes napolitanos. O ya puramente romanos. Donde se exhiben cerámicas, guirnaldas y juguetes. Sean artesanos, clásicos o góticos, que es ahora moda. Donde se eligen regalos. Donde se comparte felicidad. O se prueba suerte. En Lottería Italia. Para el primer sorteo del año. Aquí Entracione, en España del Niño. 6 de enero, 5 millones de euros. Titiriteros. Peruanos que interpretan El cóndor pasa. Joan Baez en la voz de una joven atada a su guitarra. Niños que lloran. Otros que rien. Entre puestos de castañas. Ilusión de Navidad en aquel viejo stadium de Domiciano. Frente a Santa Agnesse, en cuya sacristía Sebastiano Brusco interpreta al piano a Mozart. A Schubert. A Beethoven. A Nino Rota. Y donde Francesca Rebecchini hace lecturas poéticas de Petrarca, de Boccacio, de Ariosto y de Tasso. Feria romana ésta. De caballos esculpidos por Bernini, por Giacomo della Porta. Caballos de piedra que encuentran compañia ocasional en un viejo carrusel alemán del siglos XIX que gira en medio de la plaza a ritmo de valls. Antiga giostra a cavalli, antiga piazza de Roma. Que este paseante abandona dejando atrás el murmullo navideño. Que no el del Imperio. Buscando ahora Campo dei Fiori. Otra piazza. Otra música. Otra historia. Bella ciao, bella ciao!