El Museo de Bellas Artes de Sevilla acogió hace poco una original exposición sobre la colección privada de pinturas de la Casa de Alba. Cuarenta obras escogidas procedentes de Liria y Dueñas. Que son los palacios que posee esta Casa Ducal en Madrid y Sevilla. Contemplaba esta exposición obras de Tiziano, de Giordano, de Ribera y de Murillo. También de Sorolla. De Zuloaga. De Bacarisa. Y de Romero de Torres. Entre otros maestros. Hasta un Renoir, de título Mujer con sombrero con cerezas. Pero la grandeza de aquella exposición la aportaba Goya, con el Retrato de la XIII duquesa de Alba. Mujer tan osada como adelantada de su época. De nombre Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo. Que el pintor -a quien se le adjudican amores con ella- inmortalizó por primera vez en 1795 en este lienzo en el que aparece con vestido primaveral, acompañada de un perro bichón. Obra a la que siguieron los dibujos de su Álbum de Sanlúcar (de Barrameda), localidad gaditana a donde la acompañó -dicen que de forma pecaminosa– entre 1796 y 1797 tras enviudar del duque de Medina Sidonia. Volviéndola a retratar de nuevo en Madrid, esta vez con mantilla negra. Óleo que se exhibe en la Hispanic Society, de Nueva York. Y que con La duquesa de Alba y su dueña –anterior a su viudedad– constituyen la obra oficial de Goya respecto a la aristócrata. Que la leyenda identifica con las Majas -vestida y desnuda- que formaron parte del gabinete privado del válido Godoy -amante de la reina María Luisa– a modo de pinturas superpuestas para el juego erótico.
Hay escritos contradictorios sobre los amores de Goya con la duquesa. Unos dicen que fueron amantes. Otros que jamás el pintor fue correspondido. Lo cierto es que ambos se llevaron el secreto a la tumba. Pero con la desaparición prematura de esta dama vino la leyenda. Que identifica el cuerpo recostado de Cayetana con La Maja desnuda. Aunque hay también quien reconoce en esta mujer a la gaditana Pepita Tudó, amante adolescente y esposa después de Manuel Godoy. Corresponda o no este bello cuerpo a Cayetana, Goya pintó una extraordinaria obra de arte. Muy atrevida para la época. Y que delata complicidad entre el pintor y su modelo, que la presenta tremendamente sensual y atractiva. Cayetana había contraido matrimonio muy joven con el XV duque de Medina Sidonia, con quien no tuvo descendencia y de quien enviudó cuando ella contaba 34 años. Hija única, heredó el título de su abuelo. Un hombre de la Ilustración, a quien Carlos III nombró embajador en Paris. Y que mantenía amistad con Voltaire y con Rousseau. De muy joven, Cayetana rivalizó en la Corte con María Luisa de Parma, cuando aún era la esposa del principe heredero. De hecho, compartió amante con aquella en la persona de Juan María Pignatelli, hijo del marqués de Mora. Joven libertino próximo al círculo palaciego, que se entretenía haciendo juegos peligrosos en una Corte cada vez más podrida a la que acudían ricos aristócratas desocupados buscando placeres mundanos entre intrigas.
El odio entre Cayetana y la que luego fue esposa del infeliz Carlos IV fue a más. Retándose ambas en caprichos, travesuras y perversidades cortesanas. Extravagante y provocadora, pero también divertida y cercana al populacho, la XIII duquesa de Alba se ganó la admiración del propio rey. Y cautivó a Goya, dieciseis años mayor que ella, sordo, gruñón y arisco. A quien conoció recien casada en casa de su madre. La condesa de Fuentes (por segundo matrimonio), culta dama que ayudó al pintor a entrar en la Academia y le abrió la puerta de los Borbones. La pintura que mejor define a Cayetana de Silva es La Duquesa de Alba con su dueña, donde ésta aparece de espalda en flagrante travesura sorprendiendo a una anciana ama de compañía de nombre Rafaela Luisa Velázquez. Y a quien familiarmente llamaban la Beata por responder con rezos exagerados a todo lo que le escandalizaba. En este óleo sobre lienzo -que figura en el Museo del Prado- Cayetana luce ese largo cabello negro enrizado del que solía presumir al asegurar que alisado llegaba a cubrir -cuando se desnudaba- las partes más íntimas de su cuerpo. Murió esta aristócrata a los 4o años. Dicen que de unas fiebres, aunque se especula con que fue envenenada por encargo de la reina. Que habría urdido su muerte junto a su amante el válido. De hecho, Carlos IV encargó al propio Godoy una investigación que -como cabía esperar- terminó archivada. Y que otro duque de Alba -el XVII- intentó esclarecer aportando una prueba testifical a la contra tras exhumar sus restos en 1945. Tal vez consiguió despejar la duda. Pero no acabar con la leyenda que acompaña a esta osada duquesa. Convertida en mito gracias al pincel de Goya. Que se sintió desbordado por su belleza.