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Desacralizado el Café Tortoni, viejo templo de Gardel reconvertido ahora en reclamo turístico, nadie le discute a la Confitería Ideal haberse ganado a pulso ser la catedral del tango en Buenos Aires. Y no solo por la pureza que encierra su salón principal [de baile], intacto desde 1912 tras concebirlo así su fundador, el gallego Manuel Rosendo Fernández. Sino porque cada tarde su [distinguida] clientela acude allí con lealtad -en pareja o en busca de ella- para bailar el mejor tango, la mejor milonga, da igual con orquesta que con música enlatada, porque si suena bien el porteño no se las gasta en diferencias con violines, flautas, pianos y fueyes [bandoneón] de verdad, aunque sería lo propio. Es toda una heroicidad que este viejo local de la calle Suipacha, otrora frecuentado por Chevallier, Gassman, María Felix o Yoko Ono, siga abriendo días tras días sus puertas. Y todo un misterio si seguirá haciéndolo en el futuro, sobre todo como están las cosas en Argentina, actualmente en recesión, desempleo, inflación, déficit fiscal, atraso cambiario, brecha del dólar blue, riesgo país alto, default, reservas en baja, y déficit enérgetico, diez plagas que a diario le recuerdan a Cristina periódicos como La Nación y Clarín. Cuando cerró la Richmond, la otra gran confitería bonaerense de nuestros días, la calle Florida entró en orfandad. Hoy la Richmond es una tienda de ropa y accesorios deportivos cuyos propietarios han tenido la decencia de no deshonrar su historia. Y para recordar que aquel local fue uno de los principales cafés notables de Buenos Aires conserva parte del artesonado, sus viejas maderas y el mostrador de origen, sobre el que hoy reposan cafeteras Nespreso como cortesía especial para su joven clientela, muy diferente de aquella otra. Mejor suerte ha corrido la London [City] que, tras dudar unos meses sobre su futuro, ha reabierto el local con nuevos dueños [Pertutti], pero reformado. Cortazar ha respirado hondo. Y allí, imperturbable, sigue su mesa, su cenicero, el cigarrillo emboquillado aún sin encender… Existe un tango de 1928 que lleva como título Se viene la maroma, que quiere decir la que se va a liar. Que no quilombo, que unas veces significa lío. Y otras, prostíbulo. Lo escribió Manuel Romero [1891-1954], hijo de emigrantes andaluces, fogonero de la Armada, periodista y letrista de Gardel. Y le puso música Enrique Pedro Delfino [1895-1967], pianista, compositor y director de orquesta formado musicalmente en Turín, hijo del dueño de la confitería del Teatro Politeama. El tango empieza así: Cachorro de bacán/ anda achicando el tren;/ los ricos hoy están/ al borde de la sartén.
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La única sucursal fuera del Reino Unidos que ha tenido los grandes almacenes Harrods estuvo en Buenos Aires, en la calle Florida. Fue inaugurada en 1914, en la década dorada de Argentina, entonces uno de los diez países más ricos del mundo, por delante de Francia y Alemania. Octava potencia mundial, dicen. Harrods sobrevivió hasta 1998, segundo periodo de Menem. Y su fachada y salones vacíos, que no abandonados, se encuentran estos días inmersos en un lavado de cara a iniciativa de los comerciantes de la calle Florida pues, además de un extraordinario reclamo, son muy solicitadas para la celebración de grandes eventos. Harrods fue años atrás sede del Festival de Tango de Buenos Aires. Muy cerca de su emplazamiento se encuentra el Florida Garden, que cumplió medio siglo en 2012. Conforma una esquina, como la London y la mayoría de los cafés notables de Buenos Aires. Seis columnas envueltas en cobre que maridan con maderas finas y mármol travertino. En sus mesas Borges empezó a sostener sus primeros encuentros con periodistas y traductores. Café, budín marmolado, masas chicas, tortas de chocolate, vodka frío [saborizado de vermú], Tom Collins, vaina chilena, martini sucio [con el caldo de la aceituna], tratantes de negocios, escritores sobre servilletas, poetas rotos, también enteros, selecta clientela, genio nacional, finura argentina… Parece que está lista y ha rumbiao,/ la bronca comunista pa’este lao;/ tendrás que laburar pa’morfar…/ ¡Lo que te van a gozar!/ Pedazo de haragán,/ bacán sin profesión;/ bien pronto te verán,/ chivudo y sin colchón. Hay tangos para los turistas, para los entendidos, para los que lo sienten y para los que no. Tabién los hay para el amigo, para el vecino, para los amantes, para quién lo necesita y para quién no. Aquí o allá, en Europa. O en Punta del Este. Cambio, cambio, grita el arbolito [cambista de la calle Florida]. Cuatro años lleva ya sobre el escenario del Centro Cultural Borges la Compañía Bien de Tango, con su pulcro y ordenado espectáculo sobre este género. Y solo unos días en cartelera Mariposa muerta, del cuarteto La Púa&Victoria di Raimondo, que reciben en un antiguo taller mecánico de la calle Sánchez de Bustamante, en el Abasto tanguero, reconvertido en club social por la Orquesta Típica Fernández Fierro, cooperativista e independiente. Dos maneras de entender el tango, su historia, su mensaje y la atracción que despierta. O que arrastra. La boletería [taquilla] del Teatro Alvear está cerrada, pero en realidad lo que está cerrado es el teatro, por renovación. Tita Merello caminaba a pie desde la calle Defensa a la Avenida Corrientes, cuando en su natal San Telmo no existía aún El Desnivel. Parrilla para turistas gasoleros [low cost]. O La Brigada, parrilla para ejecutivos. Pero mucho más reciente que la anterior, creada hace veintidos años por Hugo Echevarrieta, que empezó de bachero [lavaplatos] en La Raya, mítica parrilla de la familia Vinagre. En Corrientes se encuentra El Gato Negro, desprendiendo olores a especies. Y a café puro. Pido un cortado, mientras fijo la mirada hacia el ventanal que da a la calle. Inmortalizado sobre unas gradas me encuentro a Minguito, comediante de los setenta. No lleva más de un mes su escultura [a modo de ninot] en este lado de Corrientes. Nada de bronce, puro arte popular a base de fibra de vidrio y resina epoxi, obra de Fernando Pugliese, maestro del género, cuyas obras se reparten por toda la ciudad. Dentro de Minguito Tinguitella, exponente del humor y la cultura popular argentina, se refugiaba el actor Juan Carlos Altavista, fallecido en 1989. El personaje fue un éxito en radio, teatro e, incluso, televisión. Cubría su cabeza con desgastado sombrero, calzaba zapatillas de paño y frecuentaba la quema [vertedero] acompañado de un carro. Un ciruja [vagabundo] mitificado por el teatro argentino, por la Avenida Corrientes, por público y comediantes juntos.
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¡Ya está! ¡Llegó! /¡No hay más que hablar! /Se viene la maroma sovietista. /Los orres ya están hartos de morfar salame y pan,/ y hoy quieren morfar ostras con saurtenes y champán. El laureado dramaturgo Armando Discépolo, hermano mayor y mentor del actor y compositor Enrique Santos, dijo que el tango es un pensamiento triste que se puede bailar. Como baile, nació hacia 1880 coincidiendo con la gran oleada migratoria europea. Hombres solos, italianos muchos, inmersos en la nostalgia, que recurrían a los cafés, a los viejos boliches y pulperías, o a los burdeles en busca de palabras, de consuelo, de alivio. Entre 1875 y 1940 emigraron a Argentina casi tres millones de italianos, seguidos de poco más de dos millones de españoles y otro millón entre franceses, polacos, rusos, turcos, alemanes, austrohúngaros, británicos y portugueses. El idioma ya lo había implantado el virrereinato español, y así ha llegado hasta hoy, pero los italianos importaron sus propias costumbres, que se mezclaron con las criollas y con las de los nuevos emigrantes españoles. Hoy más de la mitad de la población argentina es de origen italiano, porque ya antes de 1875 había una importante colonia en el país. Y porque después de 1940, sobre todo a raiz de la secuela que dejó la Segunda Guerra, desembarcó otra, igualmente importante. La dificultad para hacerse de inmediato con el idioma español dio origen, entre los primeros emigrantes italianos llegados a Buenos Aires, a una jerga llamada lumfardo, injustamente descrita en aquellos tiempos como dialecto de ladrones, y que pronto encontró eco en el tango primerizo, en la poesía popular y artística, en la cultura naciente que, desde abajo, iba configurando la nueva identidad nacional de Argentina, desde 1853 republicana, representativa y federal por mor de su constitución. Obra intelectual de Juan Bautista Alberdi, hijo de un culto mercader vizcaíno. Sandra Bao, escritora porteña, apunta que aquellos italianos bailaban unos con otros mientras esperaban su turno con las grelas [prostitutas]. Todo esto en cuanto a música, puesto que la letra no deja de ser una canción libertaria, nacida como tal en los conventillos [corralones] para que un pobre desgraciado pudiera gritarle a la casera, a los funcionarios, al pueblo en sí, las cosas que le pasaban, cuenta Susana Rinaldi, La Tana, veterana actriz y cantante de tango. La Maison Lyon d’Or exhibe en el escaparate sus acreditados bombones mientras un olor a churros recién calientes traspasa el zaguán de la chocolatería La Giralda invadiendo la calle. Guerrin, Los Inmortales y Kentucky se reparten el despacho de pizzas italianas en la Avenida Corrientes ante una clientela popular que las devora si reparo antes de acudir al teatro. Una veterana dependiente de La Pasta Frola recomienda a un grupo de turistas brasileños que se lleven pañuelos de ricota y ensaimadas rellenas de pastelera. La Americana extrae de sus hornos bandejas de empanadas, ya sean gallegas de pollo o gallegas de atún. Y la heladería-chocolatería El Vesubio, otrora refugio al amanecer de artistas, rufianes, periodistas y grelas, se emplea ahora a fondo e inocentemente con sus diferentes cremas artesanales en cómplice alianza con el calor. 35 grados, lunes 27 de octubre, dulce de leche sólo o con merengue, sambayón, chocolate con naranja… Del fondo de las cosas y envuelta en una estola de frío,/ con el gesto de quien se ha muerto mucho,/ vendrá la última grela, fatal,/ canyengue y sola,/ taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos [Tango La última grela, con letra de Horacio Ferrer y música de Astor Piazolla].
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Continúa