Estoy de visita en Salamanca. Y he tenido que pedir ayuda para localizar la rana que desde hace medio siglo envuelve en misterio a la fachada plateresca de la Universidad. En el escaparate de la confitería La Industrial, próxima a la Plaza Mayor, reza: “Mientras usted encuentra la rana nosotros le preparamos un hornazo”. No me consuela decir que localizar la rana es tarea difícil (y lenta), porque lo mío hoy frente a este pórtico histórico ha sido mitad impaciencia. Y mitad impericia. La rana descansa sobre una de las tres calaveras labradas en la fachada, pero jamás se ha sabido el por qué de su existencia debido a que se trata de un misterio sin resolver. Lo que tampoco me perdono es que hasta hoy no me haya interesado por la dichosa rana a sabiendas de que llevo años viniendo a Salamanca. Pero las cosas ocurren así. Y así debo contarlas. Me gusta de esta ciudad la librería La Nave, que está en la calle de la Compañía. Justo puerta con puerta con el Café Alcaravan. Y la impresionante Casa de las Cochas, que es sede de la Biblioteca Pública del Estado. La Casa de las Conchas perteneció durante ocho años (1997-2005) a la Junta de Andalucía porque su anterior propietario Enrique de Queralt Chávarri, conde de Santa Coloma y maestrante de Sevilla, la entregó a esa administración como pago de una deuda tributaria devengada por el impuesto de sucesiones y donaciones. Pero felizmente reinó el sentido común, se evitó un pequeño Gibraltar con este monumento y el edificio pasó de la Junta al Estado permutado por un inmueble que en su día ocupó el Banco de España en Granada. Después de curiosear durante media hora los estantes de la librería La Nave, me tengo que decidir entre Unamuno (Por tierras de Portugal y España) y Carmen Martín Gaite (Ritmo Lento). Unamuno fue tres veces rector de la Universidad de Salamanca. Y murió aquí (1936). También aquí nació Carmen (1925). Que estudió letras en dicha Universidad, donde conoció a Ignacio Aldecoa. Y a Agustín García Calvo. Pero desisto de ambos. Y me quedo (por cuatro euros) con Las islas invitadas, de Manuel Altolaguirre. Poeta malagueño del 27. Que murió en 1959 en un accidente de circulación en Burgos cuando regresaba a España del exilio. Y a cuya hija Paloma conocí en México en la década de los 90. Sólo sé que estoy en mi/ y nunca sabré quién soy/ tampoco sé adónde voy/ ni hasta cuando estaré aquí.
Paseo por las calles de Salamanca recordando la última exposición que he visitado en Madrid. Los diez retratos de fantasía del pintor veneciano Giandomenico Tiepolo (1727-1804) que han estado colgados durante el mes de febrero en la Fundación Juan March. Es inexplicable que un contrabandista (e inicial tratante de cerdos) como March, proveedor de armas a Abdelkrim y sostén financiero del levantamiento africano de Franco, dé su nombre a una fundación cultural de este relieve sin que nadie haya abierto la boca invocando a la memoria histórica. Probablemente será porque la propia memoria histórica lo registra como banquero en vez de pirata de grandes tropelías. Y porque su tenebrosa biografía ha sido ya superada por el excelente trabajo que viene realizando la fundación desde que se creó en 1955. Pese a que este centro expone por lo general arte contemporáneo, ha retrocedido al Siglo XVIII para ofrecernos estos desconocidos retratos de Tiepolo. Dos hombres orientales barbados y ocho muchachas jóvenes. Y que además de inéditos es muy posible que no se vuelvan a mostrar más en público porque el coleccionista anónimo al que pertenecen los ha cedido de manera excepcional (y única) para la ocasión. De los retratos no sólo se ignora la identidad de su actual (y enigmático) propietario sino también la de quién los encargó al artista. E incluso por qué manos han pasado documentalmente en los últimos dos siglos, aunque parece que fueron pintados en España. Y que en España permanecieron con seguridad al menos hasta los años 60. No sé que resulta más misterioso: la rana salmantina o estos retratos de Tiepolo. Que fue un genial pintor rococó que trabajó a instancias de Carlos III en la decoración del Palacio Real de Madrid formando taller junto a su padre Giambattista y su hermano menor Lorenzo. La parte oculta de estos diez retratos me temo que despertaría intriga (y sospecha) en Hércules Poirot, el detective del Oriente Express. Porque de estas pinturas primero aparecieron las copias. Y después los originales. He ahí las dos réplicas de Retrato de mujer con tambor que se encuentran depositadas en el Museo de Cádiz. Y que desde 1856 hasta mediados del siglo XX fueron adjudicadas a Tiepolo, cuando en realidad una es de José García Chicano, profesor de pintura del padre de Picasso, y otra de autor desconocido. Ya no veré nunca más/ las dos torres de su Iglesia/ ni los caminos sin sombras/ de sus brazos y sus piernas.
La pobreza que sume al periodismo español en su más trágico momento ha impedido que cualquier informador avezado -ya sea juvenil o maduro, pero en todo caso curioso- se haya decantado por investigar las lagunas que acompañan a estas diez obras de Tiepolo más allá de lo que tanto la Fundación Juan March como el propietario de la colección han querido que se sepa. Por fortuna el abogado (y escritor) Luis Suárez Ávila (de El Puerto de Santa María) ha lanzado un mensaje en la red informando que los diez retratos de fantasía proceden del palacio del marqués de Villarreal y Purullena de esa localidad gaditana. Levantado en 1742 sobre un edificio del XVII por un mercader (y corredor de lonja) de Cádiz (aunque nacido en Nápoles) que rehabilitó a su favor un título de Felipe IV gracias a su fortuna. Fueron este corredor, de nombre Agustín de Ortuño y Ramírez (1696-1760), y sus primeros descedientes personas de tan exquisito gusto que convirtieron la mansión de Villareal y Purullena en el edificio señorial más hermoso (y rico) por dentro (y fuera) de todo El Puerto de Santa María, ciudad conocida entre los siglos XVI y XVIII como la de los cien palacios. Del marqués se ha escrito que pintaba y esculpía, además de ser mecenas de artistas. Impregnándole a los salones del palacio su sensibilidad hacia las bellas artes, con ornamentos de estilo rococó, frescos en sus paredes y galerías de pinturas de cotizados artistas. Por su solemnidad, el palacio fue empleado en 1808 por el mariscal francés Soult como cuartel general de sus tropas. Y elegido en 1862 como morada de la reina Isabel II durante su visita a la ciudad. Hoy ocupa la sede de la Fundación Luis Goytisolo, escritor que termina cobijando sus papeles bajo el techo palaciego por carambolas de familia. Ya que su primera esposa María Antonia Gil Moreno de Mora y Torres (fallecida en 1993) descendía directamente de Agustín de Ortuño. Pero el palacio no es hoy más que una reconstrucción funcional del edificio levantado por el marqués en 1742 porque ya en la segunda mitad del Siglo XX (y tras habitarlo durante un tiempo dos hermanas de una conocida familia jerezana) fue practicamente abandonado a su suerte. Con el cierre de sus puertas, los objetos de más valor fueron vendidos. Y los que permanecieron allí quedaron expuestos al expolio. Lo que desgraciadamente ocurrió muy poco después. Del patrimonio vendido figurarían (según el testimonio de Luis Suárez Ávila) los diez retratos de fantasía de Tiepolo, pintados en torno a 1768. Por lo que serían contemporáneos a Juana de Ortuño y Costa, hija del marqués. Primera (y única) heredera del palacio. Y también del título de Villarreal y Purullena. Sobre Juana ha llegado a nuestros días una leyenda de que tuvo amores con un joven esclavo negro que acabó lapidado en los muros del palacio por orden de su padre. Pero todo hace indicar que se trata de una historia falsa. Es de noche en Salamanca, que luce perfectamente iluminada. Me tienta la historia del esclavo negro. Y me olvido por un rato de los diez retratos de Tiepolo tras observar que todavía hay gente buscando la rana en la fachada de la Universidad. El Café Alcaravan me pide una parada. Que aprovecho para seguir leyendo a Altolaguirre: La luna con un puñal/ desgarró la piel del aire./ La tierra por esa herida/ desbordó a sus rios sin sangre.
(Foto de Dyhego)