Francisco de Goya tuvo un hermano de nombre Camilo. Era clérigo. Y estaba muy unido al pintor cuando aquel frecuentaba los salones de la Corte. Dada su amistad con el infante Luis de Borbón y Farnesio, sexto hijo de Felipe V y XIII conde de Chinchón (por compra del título), Goya se hizo de sus favores para mejorar la condición social de su hermano. Habida cuenta de que el citado Borbón había sido cardenal arzobispo de Toledo y primado de España, con las prebendas económicas y de poder político que les otorgaba a él y a sus herederos tal dignidad eclesiástica. Logrado el propósito, Camilo se hizo con el título de la capellanía de Chinchón. Y durante el tiempo que ejerció allí el ministerio sacerdotal la iglesia propiedad del conde recibió algunas donaciones. De ahí viene el origen del cuadro de la Asunción de Nuestra Señora (antes de la Piedad) que preside el retablo principal de la parroquia de esta histórica población del sureste madrileño. Fruto del trapicheo. Y también de los arreglos (o pactos) que desde tiempos remotos establecen nobles y plebeyos en España para proteger sus intereses. Emprendo un nuevo viaje pausado hacia El Puerto de Santa María esta vez desde Chinchón, desviándome por caminos que me llevan a la vieja raya que separa a España de Portugal. Y siguiendo el curso del Tajo (en incluso el Guadiana) hasta adentrarme en el Alentejo. Con ello evito toparme con Sánchez Gordillo, el nuevo bufón de los duques andaluces. Que, según el ministro Fernández Díaz, pacta con la vieja nobleza de la Casa de Medinaceli el espectáculo de asaltar una propiedad hotelera para evitar la reincidencia. Y busca la foto del verano en los periódicos dirigidos por suplentes ensalando tomates y repartiendo raciones de paella campera en los establecimientos turísticos de calidad. Qué villanía más lamentable. La del XX duque de Segorbe, si fuera así. Que se forró empedrando el centro de Sevilla con losetas tipo Porcelanosa durante la alcaldía de Rojas Marcos. Y que intentó forrarse también en México DF con los favores de un inútil cultural que creía haber encontrado en él al decorador deseado para sacarle lustre al legado colonial de la ciudad.
Titulcia significa camino. Y dista apenas 15 kilómetros de Chinchón. Tierra ancestral carpetana, y ya citada por Ptolomeo en su Geografía, constituye un cruce de caminos desde hace 2000 años. De hecho, por allí discurría la calzada que unía Emerita Augusta (Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza). Fue primero campamento romano y después ciudad, aunque cinco veces destruida. De origen gótico, la iglesia parroquial de Titulcia data del siglo XVI. Y en su altar mayor se encuentra otra obra pictórica de gran valor. Un lienzo de Jorge Manuel Theotocopuli, hijo natural de El Greco, que representa El tránsito de la Magdalena. Un inusual desnudo religioso de una de las mujeres más representativas del Nuevo Testamento. En estos días de verano, Chinchón y Titulcia celebran fiestas patronales. En el primero, la Virgen de Gracia sale al encuentro de San Roque en la plaza Mayor, reconvertida en coso taurino. Y ambos regresan juntos desde la arena hasta la parroquia. Acompañados por los vecinos. Y seguidos por una potente banda musical. Mientras que en Titulcia la Virgen del Rosario es sacada también en procesión en el intervalo que va entre el encierro y la suelta de vaquillas. En estos pueblos madrileños, jóvenes y mayores se divierten con fiestas de toros. E incluso los niños, que siguen a carcajadas el espectáculo de la cuadrilla comica Popeye torero y sus enanitos marineros. Que es también una bufonada, pero profesional. Sánchez Gordillo no se atreverían a reventar estas celebraciones porque los mozos de Chinchón y Titulcia le molerían a palos. Pero Sánchez Gordillo sabe donde maniobrar. Y también sabe dónde hacerse la foto donde no se le molesta. Que ya de por sí es un soberano pacto.
El poeta José Hierro pregonó en 1992 las fiestas de Titulcia. Y le advertía al visitante que no es de extrañar en este pueblo encontrarse a un párroco que torea “pués Dios que anda entre pucheros -lo dijo Santa Teresa– también anda entre los cuernos de demonios y becerras”. Así que “sale al ruedo Satanás y el párroco lo torea al natural, con el hisopo muy firme en la mano izquierda. Y sale el novillo y el cura se adorna por gaoneras, porque entre demonios y toros no existe gran diferencia”. Entre Sánchez Gordillo y Segorbe no sé a quién adjudicarle el papel de demonio o de toro. Por bravura, descarto a Segorbe, casado con una prima hermana del rey de España. Y por malicia, a Sánchez Gordillo. Que no deja de ser un infeliz alcalde (y diputado andaluz), aunque asalariado, que colecciona cada verano recortes de periódicos que no tienen otra cosa que llevar a sus primeras páginas. Tal vez ambos podrían ser dos conejos de campo hispánicos, el primero de evitando se cazado por los montes de Hornachuelos. Y el segundo aprovisionando paquetes de galletas de Mercadona en su madriguera de Marinaleda. Pero no nos equivoquemos. Ni nos llevemos las manos a la cabeza exageradamente como el ministro. Los duques y su servidumbre se han entendido historicamente en Andalucía. Y ahora también se entienden. Y se guiñan en complicidad. Así que me introduzco en el Alentejo para econtrarme con un país que amo. Que está haciendo esfuerzos imposibles por salir de su desgracia. Y superar la injusta intervención a la que le ha sometido Merkel y su club de aplausos. En la República portuguesa no hay duques a la usanza española porque la monarquía cayó en 1910 con Manuel II, tras el asesinato dos años antes (y por su propia escolta) de su padre, el rey Carlos I, y su hermano Felipe, príncipe de Beiras, duque de Barcelos y heredero al trono. Tampoco en estas tierras lusitanas hay personajes como Sánchez Gordillo, otrora simpatizante de Muammar el Gadafi. Y quién sabe si ahora de Al Assad. En Portugal el jornalero trabaja a pleno sol. Y lleva una vida ejemplar que avergonzaría al más honesto de los políticos de Lisboa. Es gente sufrida, pero muy digna. Y la tenemos muy cerca, sin que sus enseñanzas nos contagien. En la catedral de Évora me reencuentro con María Magdalena, que aquí no aparece desnuda. Sino ungiendo los pies de Jesús de Nazaret. Tampoco por aquí anduvo Goya. Ni su favorecido hermano Camilo. Porque La Anunciación que preside la catedral de Évora la pintó el italiano Agostino Masucci. La radio pública española anuncia que Sánchez Gordillo llega hoy a El Puerto de Santa María. Ciudad taurina y marinera. Y en la que se halla la arboleda perdida de Alberti. Desconozco en que va a consistir el nuevo espectáculo del barbudo alcalde y su cuadrilla. Y prorrogo mi estancia unos días en el Alentejo. En franca huída de mi inicial destino. Y marcando toda la distancia que me permite la lejanía. Porque la parte cómica del verano ya me la sirvieron en Chinchón Popeye torero y sus enanitos marineros. Que al menos son unos profesionales. Y no esta otra servidumbre de la nobleza tan grotesca como de mal gusto.