Leyenda del tiempo

Escucho La Leyenda del tiempo de Camarón mientras hago tiempo para abandonar Madrid camino de Cádiz en busca de unos días de descanso. Camarón marcó una época. Y siempre será un clásico. En verano. Y en el resto de las estaciones del año. Una noche hace ya mucho me lo encontré en el puesto de melones que su amigo Sebastián tenía instalado en la antigua carretera de Tres Caminos a Chiclana de la Frontera, allá en la bahía gaditana. Iba con Dolores Montoya, su esposa. Y sus dos primeros hijos, aún muy pequeños. No abrió la boca, siempre distante. Y siempre distinto. En estas horas previas en que parte el Alvia para mi ciudad natal tengo música para elegir. Eric Clapton. James Morrison. Luz Casal. Marlango. Y The Wo. Pero prefiero a Camarón. Ha sido un mes de julio viajero, con mi casa de Madrid convertida en apeadero. Como aquellos otros a pie de vía que se anunciaban como parada. Y fonda. Dos breves viajes a Andalucía. Otros tres al norte, Santander, Bilbao y San Sebastián. Tres noches en Toledo. Una en Segovia. Y una escapada de fin de semana a Arenys de Mar, que celebraba la festividad de la Virgen del Carmen. Con verbenas marineras. Y recitales de habaneras. Mes fatídico julio para la economía española. Que yo he aprovechado para asistir a un par de cursos de verano con profesorado extranjero. En los que se discuten los males que nos acechan. Y de los que se aprende siempre algo nuevo. Hoy se ha sabido que la Generalitat de Cataluña no va a pagar este mes de julio los conciertos con hospitales y centros asistenciales. Y mañana cualquiera sabe con qué otra mala nueva nos van a sorprender los boletines de radio. Ya sea en la misma Cataluña. En Valencia. O en Castilla-La Mancha. Porque esto aún no ha acabado, ya esté ahora la prima de riesgo en descenso. Y el Ivex 35 en alza. Sufrimos una guerra, como sostiene mi querido amigo Manuel Ballbé, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Autónoma de Barcelona. Y en la guerra siempre hay muertos y heridos. Pero también un estado que la desata, Alemania. Quienes concluyen ganándola, Estados Unidos, Francia e Inglaterra. Y los que no se enteran, pero siempre llevan las de perder: España. De Italia, me abstengo. Porque en la última guerra que enfrentó a Europa empezó con unos. Y acabó con otros.

He viajado en tren durante este mes de julio. Y el ferrocarril en el norte de España es como el euro a dos velocidades. Porque cuando se acaba la línea de AVE en Valladolid llegan las locomotoras Diesel. Los viejos nudos ferroviarios del XIX. Y un trazado de vía ya caduco que sitúa a San Sebastián a cinco horas largas de Madrid. Y a más de seis de Barcelona, pero ya vía Zaragoza. Hay que tener paciencia. Y nada mejor que acompañarse para ello de buena lectura. Biografías de celebridades, en mi caso. Da lo mismo reyes que cupletistas. O grandes políticos, que también los ha habido. En el tramo PamplonaCastejón de EbroTudela de Navarra recurro al profesor Santos Juliá para renovar mis conocimientos sobre la tercera guerra carlista (1872-1876). Y repasar las andanzas del pretendiente Carlos VII, o Don Carlos, por aquellas tierras que un día hizo suyas. Estella fue la capital carlista de España, hasta que Primo de Rivera toma la ciudad y Martínez Campo acaba con el último reducto insurgente en el valle del Baztán. También Cuenca y Olot pertenecieron a Don Carlos, duque de Madrid y conde de la Alcarria. Ya en el límite con la provincia de Zaragoza, Tudela permite indistintamente que suban y bajen pasajeros de Navarra y Aragón, pués a pocos kilómetros de su estación se encuentra Tarazona. Que en su día estuvo unida por ferrocarrril con Tudela a través de Cascante, pero desde hace mucho tiempo esta localidad aragonesa quedó fuera de la España ferroviaria. No obstante, fue una importante ciudad en el pasado, que incluso tuvo representante en las Cortes de Cádiz. En Tarazona nació Raquel Meller, actriz y vedette de fama internacional a la que Charles Chaplin intentó contratar sin éxito como estrella principal de la película Luces de la ciudad (City lights, 1931). No es extraño imaginarse a Raquel Meller de niña por estos tramos ferroviarios. De Tarazona a Tudela de Navarra. Y de ésta a Barcelona, pasando por Zaragoza. El verdadero nombre de Meller era Paca Marqués López. Y fue ella quién hizo célebres La Violetera y El Relicario, las dos grandes composiciones del maestro Padilla. Cuplé la primera. Y pasodoble la segunda. Cuentan que en su mejor momento artístico, Meller superaba en ingresos a estrellas de la talla de Gardel y Chevalier. Y que tras rechazarle a Chaplin el papel en Luces de la Ciudad, éste se apropió de La Violetera, siendo demandado por el propio Padilla (1). Así se las gastaban entonces nuestros artistas internacionales.

Distinto es el trayecto ferroviario que me espera hoy. De años atrás sólo queda la vieja Estación de Atocha como inicio. Y la de Cádiz como destino final. Todo lo demás es nuevo, salvo la hermosa estación de Jerez de la Frontera. Que es contemporánea a la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929). Y que además fue construida por el arquitecto Aníbal González, cuyo estilo regionalista reforzó para siempre la personalidad de muchas ciudades andaluzas. La estación de Atocha (o del Mediodía) fue remodelada años atrás, pero salvó su fachada decimonónica y su cubierta de hierro. Le ocurre lo mismo a la de Cádiz, también del XIX. Y que mantiene sus viejas instalaciones integradas en el nuevo complejo ferroviario. Entre esas dos estaciones de hierro viajaban en otros tiempos los flamencos a Madrid, entre ellos Camarón. Pero también por esa vía regresó la España que perdió Cuba. Y viajaron los exiliados y perseguidos. Unos para quedarse, como Alberti. Y otros, camino del destierro. Unamuno para Fuerteventura. Y León Trotsky para México. La Leyenda del tiempo es una de las obras más importantes de la historia del flamenco. Mi querido Miguel Mora, hoy corresponsal de El País en Paris, decía que, como John Coltrane en el jazz o Bob Marley en el reggae, el arte de Camarón se comprendía sin más información. Llegaba directo al corazón. Echo de menos las estaciones intermedias de la vieja línea de Andalucía Occidental anterior al tren AVE. Alcázar de San Juán. Linares-Baeza, o también Baeza-Empalme. Y ya casi al final, Utrera. Las tres fueron nudos ferroviarios. Y las tres marcaron también la vida de Camarón. Horas de espera en el tren nocturno. Entre vagones que desprenden vapor. Y la luz perdida en la oscuridad de un viejo candil. Un termo con café con leche caliente. Y algo de pan que llevarse a la boca. Retrasos. Entresueños. Y la Guardia Civil vigilante. Era aquella otra España, pero no sé si más desgraciada que ésta. Aquella era la de la penuria. Y ésta la del paro. El sueño va sobre el tiempo./ Flotando como un velero./ Nadie puede abrir semillas./ En el corazón del sueño. / Y si el sueño finge muros./ En la llanura del tiempo./ El tiempo le hace creer./ Que nace en aquel momento./ El sueño va sobre el tiempo./ Flotando como un velero./ Nadie puede abrir semillas./ En el corazón del sueño…

(1) Dato aportado por el lector Mark Martínez.