Después de San Sebastián los mejores pintxos que conozco son los de Logroño. Y que me disculpen quienes piensen diferente. Calle del Laurel, Travesía (del Laurel) y calle Albornoz. Los champiñones a la plancha del Bar Soriano son exquisitos. Como excelentes son las bravas del Jubera. El Bar Villa-Rica lleva años ofreciendo pequeños manjares llamados zapatillas (rebanadas de pan entomatado con jamón a la plancha) y matrimonios (bocatitas de anchoa y boquerón). De la cocina del Sebas salen -además de las orejitas de cordero- unos pimientos rellenos de carne que pueden estar entre los mejores de La Rioja. Y también una magnífica tortilla de patata que los cabales suelen acompañar con alegrías riojanas (guindillones asados) bien picantes. El Sebas anuncia esta tortilla explicando la variedad de patata que emplea. La Kennevec. Una híbrido de origen americano que al pasar por la sarten desprende un ligero sabor a nuez. Comparto con Ferrán Adriá que el futuro de la restauración está en las tapas. O en los pintxos. Recientemente estuve en Tickets, el nuevo local que ha abierto junto a su hermano Albert en el Paralelo barcelonés. Era domingo a mediodía. Y allí estaban operativos los dos. Me dieron a probar un ravioli líquido con payoyo. Que es un queso de cabra de la Sierra de Cádiz. Y me quedé con ganas de repetir hasta dos veces. En Logroño los pintxos van en consonancia (o en maridaje) con los vinos. Que en La Rioja son de alta gama. Este fin de semana he huído de Madrid porque me perseguían dos tormentas. Una que quisiera contar pero no puedo. Y otra que puedo pero no quiero. Mi doc me ha aplicado técnicas de psicoanálisis. Porque me preguntó donde sería feliz desde la noche del viernes. Y le dije que en La Rioja, que es tierra de alegría. Así que por estos pagos me encuentro. Justamente en Briones. Que es un bonito pueblo en piedra de sillería ubicado en el extremo noroccidental de La Rioja Alta. Y en la margen derecha del Ebro. Por aquí se asentaron las legiones romanas que fundaron León. Y desde aquí asediaban los liberales a los carlistas que se atrincheraban en la otra orilla. En este caso Labastida, ya en Álava. La Rioja incorpora a su historia, a su cultura, a su gastronomía y a sus vinos un patrimonio arquitectónico de vanguardia envidiable. Y único en el mundo. Las Bodegas de Marqués de Riscal (El Ciego) no serían lo mismo sin la firma de Frank Ghery. Como tampoco las de Ysios (La Guardia) sin Calatrava. Pero ambas se encuentran geograficamente en La Rioja Alavesa. En este otro lado del Ebro hay también bodegas en las que han intervenido grandes arquitectos. Son los casos de Zaha Hadid (Villa Tondonia, Haro), Ignacio Quemada (Juan Alcorta, Logroño) y Jesús Marino Pascual (Darien, Logroño), entre otros.
Me he acercado a Briones para visitar la Bodega de Miguel Merino. Amigo de la adolescencia. Y uno de los principales winemaker de La Rioja. Empezó en 1976 como exportador de vinos. Y después de algunos años decidió crear su propia bodega. De planta artesanal (y con una producción limitada de 30.000 botellas al año), es de las más pequeñas (pero mejor cotizadas) de La Rioja. De su producción, el 80% va al mercado exterior. Treinta paises, entre ellos Estados Unidos, México y la mayor parte de Europa. Miguel no ha podido recibirme porque anda por las montañas de Camero cumpliendo con su familia. Le he puesto en un compromiso porque le avisé de mi presencia la tarde anterior. Pero hay confianza. Me ha atendido Jose, su encargado. Que es como si hubiera estado aquí él. Porque me ha explicado el proceso de producción de los vinos con la rigurosidad de quien se siente discípulo de un genio. Y va reconociendo el talento de su maestro en cada pasaje de la vinificación. La uva madre de estos vinos es tempranillo, ligeramente perfumada con graciano. Cada vendimia es recogida racimo a racimo, introducida en cajas plástico de 200 kilos y depositada en una mesa de selección donde es despalillada. Todo aquí se hace a mano, porque la bodega no tiene tolva de descarga. Los vinos se crían en barricas de roble americano, francés y húngaro durante el tiempo de la añada. Que puede durar entre 18 y 25 meses. Hasta que se procede al envejecimiento. Dos o más años. Llevo consumiendo estos vinos desde que Miguel embotelló su primera producción. Y mi preferido es el Unum, que procede de cepas de las laderas de Briones que acaban de cumplir 80 años. Merino asesora a la serie Gran Reserva que emite cada jueves TVE. Y que gira en torno a dos familias de bodegueros riojanos -los Cortázar y los Reverte– con visiones diferentes sobre el negocio de los vinos.
Desde Briones me he desplazado a Haro, que es el núcleo de población más importante de La Rioja Alta. Y en donde se concentra la mayor parte de las bodegas centenarias de la región. Es Haro una ciudad de copiosa historia, pero yo la siento siempre de finales del XIX. Con esa Plaza de la Paz. Y su templete musical. El Ayuntamiento neoclásico de Ventura Rodríguez. Y el Café Suizo. Un escenario al que mi imaginación incorpora personajes de la época. Con mujeres de negro que regresan a casa cargadas de la compra. Clérigos, hacendados y mutilados de guerra hurgando en los periódicos recien llegados de Logroño. Carruajes de agricultores que se provisionan en las tiendas de coloniales. Y paisanos en fila esperando a que abran las puertas del frontón para hacer sus primeras apuestas. Mientras un militar sin graduación pela la pava a una moza. El esplendor de los vinos de La Rioja llegó como consecuencia de la filoxera que arrasó las viñas francesas en 1867. Y convirtió a esta región vinícola del norte en provisionista de Francia. Que introdujo aquí el método bordelés para la elaboración y envejecimiento de los vinos. De aquellos tiempos es la bodega de don Rafael López de Heredia y Landeta. O más conocida por Viña Tondonia. Y que está ubicada en el Barrio de la Estación. Es la más antigua de Haro. Y su primitiva instalación sigue ahí como reliquia de un pasado que ha ido a mejor. Le llaman el chalé suizo. Y se trata de un conjunto arquitectónico de finales del XIX que Bodegas López de Heredia (negocio familiar) incorporó entonces a sus etiquetas como símbolo de distinción que aún mantiene. Estos edificios parecen extraídos de un paisaje de Aquitania, con añadidos coloniales y la singularidad de una torre tejada que llaman Txori toki. Que en euskera quiere decir casita de pájaros. Y que en realidad se trata de un mirador desde donde el bueno de don Rafael divisaba sus viñedos. Aunque hay quien asegura que la mandó edificar emulando las torres de observación que levantaban los carlistas. Pués -aunque nacido en Santiago de Chile– fue uno de ellos en la tercera guerra. Lomas y terrazas hacen de los campos de viñedos de Haro un paisaje espectacular. Y pese a que acaba de entrar la primavera, las cepas permanecen todavía desnudas. Esperando a que se vayan los fríos para dar sus primeros brotes de hoja. Que están precedidos por el lagrimeo de la savia. Y que dicen aquí que es una manera de llorar alegría. La misma que en estos momentos siento mientras me entretengo jugueteando con un sarmiento seco.